En la ciudad de Los Toldos los Coraggio manejan desde hace varias décadas una empresa funeraria. Y ese es el eje (la historia de la familia y del negocio) de la nueva película del director de Tiempo muerto, I Am Mad y Planetario estrenada en la Competencia Argentina del último BAFICI.
En un controvertido cartel inicial, el realizador explica que le pidió a los protagonistas que “actuaran” su cotidianeidad, despegando así al film de cualquier atisbo documental para sumergirse por completo en el universo de la ficción. Sin embargo, los mejores momentos de Casa Coraggio son precisamente los menos prefabricados, los menos articulados, los menos estilizados en lo visual; es decir, aquellos en que casi sin proponérselo impera la espontaneidad y aflora la intimidad de estos personajes.
Si bien la película reconstruye la historia de cuatro generaciones (o más) de los Coraggio (la tatarabuela de la protagonista era una mapuche del lugar), quien carga el peso de la narración es Sofía, a quien vemos regresar a Los Toldos e instalarse para las fiestas y buena parte del verano. Ella ha sido madre adolescente y la dinámica con su hija (que está a punto de celebrar su cumpleaños de 15), con su padre (que sufre de insuficiencia coronaria y debe ser operado), con su mamá (que se ha separado de la familia) y con su abuela conforman el corazón del relato.
El film sufre por momentos de un exceso de producción (como el abuso de tomas aéreas) y una musicalización un poco exagerada, pero en defensa de Tokman y en virtud de los (no) actores cabe indicar que la narración fluye con interés, no se resiente ni resulta forzada.
Casa Coraggio pendula entre simpáticas y queribles viñetas de la vida pueblerina por un lado y ciertas confesiones e imágenes de la funeraria (con su transitar de cadáveres) que resultan impactantes. El resultado, algo contradictorio e irregular, no deja de ser valioso y por momentos incluso fascinante.