Sofía y los otros
Ignacio Andrés Amarillo
iamarillo@ellitoral.com
La idea de homecoming (regreso a casa) ha sido disparador de diversas narrativas. Para el cine estadounidense, el abandono de la vida ordinaria en la gran ciudad para volver al pueblo natal y confrontar con el pasado, con los sueños perdidos y las expectativas familiares es un tópico corriente: el acceso a la universidad implica habitualmente un desplazamiento mayúsculo. Sin esfuerzo podríamos evocar a la cinta de culto “Tiempo de volver”, de y con Zach Braff; a “El juez”, el duelo actoral de Robert Downey Jr. y Robert Duvall; y a “Todo sucede en Elizabethtown”, la obra de Cameron Crowe protagonizada por Kirsten Dunst y Orlando Bloom, que tiene un regreso a casa antes del periplo turístico-espiritual del protagonista. En la televisión, el emblema fue “Ed”, el abogado interpretado por Tom Cavanagh que, tras la pérdida de su trabajo neoyorquino y su esposa, volvía a su pueblo a buscar a su amor imposible de secundaria.
En la Argentina, a esos contrastes (pasado/presente, infancia/adultez, sueños/desilusiones, amor juvenil/mitificación de aquél) se le suma otra tensión inherente a los relatos nacionales: la que existe entre Buenos Aires y “el interior”; para nosotros, el resto del país es el pueblo al que volver, aunque quede ahí nomás, a pocos kilómetros del Camino de Cintura (especie de General Paz ampliada del Conurbano).
Quizás el último hit del homecoming nacional sea “El ciudadano ilustre”, de Gastón Duprat y Mariano Cohn, pero una gran definición vino en 2003 (año en que se presentó en el Bafici, tres años antes de su estreno comercial), de la mano de Celina Murga y “Ana y los otros”. Allí, la paranaense mostró la vuelta a la capital entrerriana de Ana, su reencuentro con su entorno pasado, con una geografía familiar pero transformada, y su búsqueda de un antiguo novio. Explotó el potencial visual de Paraná y el interior de Entre Ríos, en contraste con una protagonista (Camila Toker, actriz de culto del cine independiente gracias a esta cinta y a “¡Upa! Una película argentina”), de quien la cámara parecía enamorarse y hacer enamorar al espectador. El eje quizás no estaba tan puesto en la intensidad narrativa cómo en ese vínculo entre lugares y sensaciones.
En casa
Por eso caminos transitó Baltazar Tokman en “Casa Coraggio”, que se presentó en el Bafici 2017, se estrenó en muy pocas salas del circuito de “cine arte” y alcanza ahora la circulación nacional a través de las plataformas de Fox Premium y Cablevisión Flow, donde también se puede ver “El incendio”, de Juan Schnitman, heredera conceptual de “El amor (primera parte)”.
Tokman va un paso más allá a través de la historia de Sofía Urosevich, su padre Alejandro y su abuela Nilda Coraggio, miembros de una familia propietaria de una funeraria histórica en Los Toldos (emblema del origen humilde en tanto que patria chica de María Eva Duarte). Un texto preliminar avisa al espectador que el director decidió sumar a la protagonista (que es actriz) y a sus familiares y allegados toldenses (que no lo son) junto a otros actores (que sí) para construir algo nuevo, a medio camino entre la “vida real” de Sofía y un constructo de ficción, todo con límites difuminados.
Sofía (la real y la ficticia) es una actriz a principios de sus 30, con un hijo que tuvo a los 16 (en otro contexto que la cinta no aborda). Las fiestas de fin de año la llevan a Los Toldos, donde vive su familia: su madre separada, sola, y el clan familiar de los Coraggio-Urosevich: la abuela Nilda y su padre Alejandro, con nueva esposa e hijos menores.
El tiempo del estío se impone como un remanso en la vida de Sofía, que comienza a conectarse con el pueblo: recorre sus calles, se reencuentra con familiares y amigos y revisita su pasado en varias formas: desde evocar su cumpleaños de 15 (“real”) ante la inminencia del festejo de la mayor de sus medios hermanos, hasta remontarse a tiempos cuasi míticos, con los tatarabuelos fundadores de la funeraria.
En el medio se introduce sin crisis una próxima operación cardíaca de Alejandro y el comienzo de un affaire con “el nuevo” de la empresa, cuyos empleados históricos viven con naturalidad su carácter de integrantes del clan ampliado, aunque como dice la abuela, alguno de la familia tiene que estar al frente del negocio. Así, casi por sedimentación, comienza a afianzarse en Sofía la idea de volver más definitivamente y hacerse cargo de la Casa Coraggio.
Al natural
No estamos spoileando al lector, porque acá tampoco la cosa pasa mucho por un arco argumental definido, sino más por emociones y sensaciones, cosas que se transmiten en conversaciones banales. Decisión narrativa que puede caer en la intrascendencia o el aburrimiento, pero que Tokman sortea con éxito: aprovecha el sustrato de lo real para darle espesor a los personajes, logrando que los actores se amolden a los no-actores en un registro naturalista. La sensación es rara: la cámara está allí, sabemos que son situaciones generadas, pero cuando Nilda arranca a contar anécdotas nos olvidamos.
Lo mismo pasa con la puesta visual. El director aprovecha una fotografía limpia, luminosa, para absorber todo el verde de las calles y los patios, todo el cielo azul de una urbanización chata, la paleta rosado-violácea de un atardecer en la ruta; de la mano de un sonido directo que busca capturar el ambiente: los grillos, el viento, el silencio de la siesta o la sala velatoria.
Lo interesante es la alternancia de recursos entre la cámara en mano, la cámara fija en planos largos, el drone que sobrevuela el cementerio y el hallazgo de la cámara sobre un ataúd, por delante del Cristo, con la madera pulida como espejo. Y lo que refleja es principalmente el rostro de Sofía: como Murga, Tokman también se enamora de su estrella. Le dedica primeros planos, la muestra bañándose en la pileta o el río, dueña de una belleza tan cotidiana pero contundente: está allí, en la firmeza del puente de la nariz con su piercing sutil, en su tatuaje spinetteano de “mañana es mejor”.
Sutil es también el tratamiento de la muerte: está allí como oficio, como estadística, como canción mapuche; es un par de pies descalzos, inertes, que se pasan de la camilla al cajón. A pesar del título, no es un documental sobre funerarias, sino un retrato de la convivencia con el oficio, y con los fantasmas: “Ésta va a ser tu casa”, le dice Lucas (el galán/empleado) a Sofía, en el panteón familiar.
La música de Alejo Vintrob viene a romper el naturalismo, aportando una atmósfera mística, espiritual: quizás para recordarnos que, al final, estábamos viendo una película.
BUENA * * *
“Casa Coraggio”
Ídem (Argentina, 2017). Dirección: Baltazar Tokman. Guión: Baltazar Tokman y Valeria Groisman. Fotografía: Connie Martin. Música: Alejo Vintrob. Edición: Eliane D. Katz. Dirección de arte: Paula Repetto. Elenco: Sofía Urosevich, Alejandro Urosevich, Cristian Vega, Miel Bargman, Marcela Bea, Nilda Coraggio, Carla Goycochea, María Luz Avilés, Ciro Herce, Boris Urosevich. Duración: 88 minutos. Apta para todo público con reservas. En streaming por Cablevisión Flow y Fox Premium.