Abierto por luto
Ya desde el primer momento la difusa frontera entre ficción y realidad queda zanjada en este nuevo opus de Baltazar Tokman, Casa Coraggio, recientemente presentado en la Competencia Argentina del último Bafici, cuyo punto de partida es el retrato de una familia real dedicada por más de un siglo y cuatro generaciones al rubro de la funeraria. La premisa que los protagonistas sean tomados por la cámara en la impostura actoral genera al espectador la saludable sensación de ambigüedad, que lejos de ponerle coto a la naturalidad o espontaneidad de los personajes, los lubrica de algo más genuino en el sentido amplio del término, gracias a la distancia entre el director y sus retratados.
En Casa Coraggio reluce la intimidad de una actividad poco visitada por el cine argentino, la convivencia diaria con muertes ajenas, con rituales ajenos para despedir a los muertos, y funciona en este caso como reflejo por donde traslucen las muertes más próximas o esas preguntas que cada uno se hace en momentos donde avizora la chance del final como le ocurre al padre de Sofía, quien maneja la funeraria pero debe someterse a una delicada operación del corazón.
Precisamente es Sofía Urosevich, la protagonista del film,a quien la cámara de Tokman acompaña en su viaje de La Plata a Los Toldos para reencontrarse con ese negocio familiar y con aquellas preguntas que no tienen respuestas únicas como tampoco la certeza de saber si el legado continuará en ella tal como la tradición impone, con una abuela que parece portar mucha historia, secretos y convicciones no siempre ligadas al pensamiento de Sofía.
Pero en un relato atravesado desde varias aristas por la muerte también se resignifica la vida, ya sea en las relaciones familiares que buscan consolidar lazos -a pesar de las distancias o separaciones- como en la celebración de un cumpleaños de quince, otro ritual que contrasta con aquel de los féretros y la luz tenue.
Tal vez la omnipresencia de una banda de sonido con aires de música relacionada con los pueblos originarios como apunte de una subtrama vinculada al pasado de la abuela genera algo de ruido y no encuentra contrapeso con el tono y el registro de Casa Coraggio en su puesta caótica, otro rasgo dominante que le otorga al film del director de Planetario un elemento interesante que se contagia en el derrotero con una cámara testigo, no invasiva.