Presentada en la última edición del Bafici, Casa propia -que se estrena en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín-, un reducto clave de la cinefilia porteña- tiene la virtud de abordar un argumento corriente con una marcada personalidad cinematográfica. En esta solvente película del cordobés Rosendo Ruiz, el foco está puesto sobre un protagonista que araña los 40 y vive agobiado por las dificultades cotidianas que son tan comunes en la gente de su clase: desea mudarse pero todavía vive con su madre, que además sufre un problema de salud importante; debe lidiar con los vaivenes de una relación de pareja muy inestable; y encima no parece del todo satisfecho con su rutinario trabajo como profesor en una escuela secundaria. Adrián (interpretado con mucha soltura por Gustavo Almada, también coautor del guion) enfrenta todos esos problemas como puede, pero siempre parece guiado por la honestidad. Y Ruiz acompaña su sinuoso derrotero con una puesta original que encuentra en la variedad y el atrevimiento de los encuadres y los movimientos de cámara un idioma propio. La dialéctica que motoriza la película quizás sea esa: el diálogo y las tensiones entre una historia sencilla y un lenguaje para abordarla que persigue la singularidad. Ruiz es eficaz en el manejo de esa energía y consigue una película sólida y emotiva que además elige correrse prudentemente del sentimentalismo artificial.