Prolífico como pocos (en los últimos cuatro años rodó Tres D, Todo el tiempo del mundo, Maturità y este nuevo trabajo), el cordobés por adopción (nació en San Juan) Rosendo Ruiz consigue con Casa propia el largometraje más inteligente, sólido, maduro y convincente de una carrera que explotó cuando en 2010 estrenó la exitosa De caravana.
El film arranca con un plano secuencia en el que unos jóvenes con sus motos estacionadas en la calle planean una inminente salida nocturna, mientras beben Fernet con Coca y unas chicas hacen jueguito con la pelota (¡son excelentes!). En el fondo, percibimos a un hombre (Gustavo Almada) al que su pareja se niega a abrirle la puerta de la casa. Tras mucho insistir (rogar), puede acceder y retirar sus pocas pertenencias. Los muchachos desaparecerán de la película (es una forma de presentar la esencia cordobesa), pero nos quedaremos con las desventuras y peripecias de ese señor en crisis.
El antihéroe perfecto de Casa propia es un profesor de Literatura que se acerca a los 40 años y trabaja en un colegio secundario. El protagonista no sólo se ve inmerso en constantes peleas y reconciliaciones con su novia (Maura Sajeva), quien además tiene un hijo de un matrimonio previo, sino que además debe hacerse cargo de su madre (Irene Gonnet), que sufre de un cáncer y tiene múltiples recaídas. Su universo personal se completa con una hermana con la que no se lleva nada bien (y que lo ayuda poco a cuidar a la mamá) y un amigo de existencia bastante más despreocupada y que parece tener un incipiente éxito literario que él nunca pudo conseguir (en el mejor de los casos lo vemos corrigiendo los trabajos de sus alumnos).
Mientras visita una y otra vez departamentos vacíos con el objetivo de alquilar algo acorde a sus magros ingresos como docente (provisoriamente se instala en la casa de su madre), mantiene múltiples relaciones sexuales (con una compañera de trabajo, con una prostituta y -cuando las cosas no están del todo descalabradas- con su novia), aunque siempre con una sensación de angustia, decepción insatisfacción y falta de compromiso.
El principal hallazgo de Casa propia (además de su impecable trabajo con los planos secuencia y la excelencia de todo el elenco) es que Ruiz y su protagonista (y coguionista) Almada consiguen que nos consustanciemos con las distintas facetas y experiencias de un hombre común, por momentos hasta gris si se quiere, pero en el que descubrimos matices y cualidades inesperadas (que van desde lo querible hasta lo despreciable). Es la magia del cine: no hacen falta revelaciones sorprendentes, efectos visuales, pirotecnias narrativas ni situaciones superheroicas cuando afloran la carnadura y el espesor psicológico de los personajes cotidianos.