La nueva película de Rosendo Ruiz toma algunos riesgos formales para seguir de cerca a un hombre que atraviesa la crisis de la mediana edad, un auténtico antihéroe con tonada cordobesa.
En los libros de historia del cine argentino, Rosendo Ruiz figura como el que dio el puntapié inicial del denominado Nuevo Cine Cordobés con la película De caravana (2010). La producción mediterránea desde aquel hito empezó a crecer: grupos de cinéfilos, nuevos cineastas, nuevas productoras y la consolidación de algunos cineclubes crearon un terreno propicio para el surgimiento de una cinematografía regional y universal.
Después de sus películas hechas en talleres y colegios secundarios (El deportivo, Todo el tiempo del mundo, Maturità), Ruiz vuelve a la carga con Casa propia, esta vez con un poco más de presupuesto. La novedad de este nuevo filme es que introduce algunos elementos atípicos en la filmografía de Ruiz: el plano secuencia inicial, personajes que miran fijo a cámara, largos minutos de reflexión, sutiles zooms para marcar tensión y extrañeza, para realzar lo que no se dice.
El plano del comienzo es magistral. Cámara frente a una casa, dos chicos apoyados en sus motos toman fernet con coca mientras dos chicas juegan con una pelota. En el fondo del plano se ve a un hombre que llega a la casa y golpea la puerta con insistencia. Segundos después, una mujer le abre y luego vemos al hombre salir con una mochila. El momento es brillante porque tiene varias capas, además de brindar la información necesaria del filme. La solidez del inicio se mantendrá.
Alejandro (Gustavo Almada) es profesor de Literatura en un colegio y vive con su madre, enferma de cáncer y a quien tiene que cuidar, ya que su hermana (interpretada por Yohana Pereyra) no lo ayuda demasiado. Alejandro además está buscando un departamento acorde a su ajustada economía.
El profesor de casi 40 años no muestra muchas ganas de cuidar a su madre, más bien pareciera que le desea la muerte. La antipatía que demuestra lo convierte rápidamente en un personaje despreciable, aunque complejo, ya que también infunde lástima y hasta ternura. Las peleas con su novia, con quien también vive cuando las cosas andan bien, las charlas con su amigo un poco más exitoso que él, las discusiones con su hermana y su cuñado son algunas de las situaciones con las que Alejandro tiene que lidiar.
Casa propia es la película más sensible e intimista de Ruiz hasta ahora, casi introspectiva, donde los planos se toman el tiempo para captar la amargura y la soledad del personaje principal. Pero el filme también le pertenece a Gustavo Almada, el actor por excelencia de Ruiz. La química que hay entre los dos es admirable. La película está dedicada secretamente a Almada.
Rosendo Ruiz es un cineasta clásico, del siglo 20, que carece de la afectación progresista de los directores argentinos pudientes. Es un director al que no le interesa estar en sintonía con la corrección política de la época. Y ese gesto honesto es una virtud.