Retrato de la vida cotidiana
La trama gira en torno a Alejandro, un hombre de 40 años, profesor de literatura que irá atravesando distintas situaciones en su vida cotidiana, como las de cualquier persona. Tiene una novia a la que ama, y con quien se pelea constantemente, pero esto no quita que desee a otras mujeres; se entera que su madre padece de una enfermedad terminal, y no se pone de acuerdo con su hermana para cuidarla. Deberá lidiar con esto, entre otras cosas, mientras su único consuelo parece ser buscar departamentos (que nunca alquila) para tener su casa propia, como lo indica el nombre del film.
Más allá de su impecable aspecto formal -la cámara intercala desde planos fijos, planos secuencia y paneos circulares, con una voz fuera de cuadro que potencia su discurso cuando muestra el contexto-, la película también da cuenta de que somos esclavos del deber ser. Alejandro, a pesar de haber logrado metas en su vida, como obtener un título, se lo nota triste e inconforme. Él transita todos los estados: a veces es dulce, correcto y educado; y otras, dice palabras que hieren o explota en furia con su pareja. Es difícil dilucidar porque transmite esa desazón, y es evidente que está en busca de su lugar propio, aquel trasciende al espacio físico.
Caben destacar las actuaciones de Gustavo Almada, Maura Sajeva e Irene Gonnet, que dotan a la historia de tanta empatía, que es imposible no involucrarnos en sus penares. A través de una trama simple, Rosendo Ruiz da cuenta de la complejidad de la conducta humana, así de cómo influyen en nuestras vidas las convenciones sociales impuestas.