Tragedia del nido vacío
Tal vez Casa propia, último opus de Rosendo Ruiz, demuestre a las claras una madurez en términos cinematográficos sin que esto signifique que sus anteriores películas no estuviesen a la altura, pero sí que despuntaban determinadas aristas que no llegaban a desarrollarse de manera plena quizás porque el orden simbólico se veía un tanto desplazado por un registro de carácter realista, la mayoría de las veces.
Entre De Caravana, debut en el largo de Rosendo Ruiz, pasando por Maturitá hasta Casa propia, el espacio cinematográfico rápidamente se contagia de la realidad y de un deambular de los personajes, donde la deriva marca el rumbo para que la cámara adopte esa condición de registrar antes que observar. Pero es en Casa propia donde aparece el gran observador detrás de la sensibilidad del cineasta cordobés para sumergirse en la intimidad de un antihéroe con todas las letras.
Alejandro (Gustavo Almada, co guionista) transita los 40, no tiene un lugar estable donde vivir y subsiste con un magro sueldo de docente secundario con el que apenas le alcanza para pagar ciertas deudas de hijo para ayudar a su madre.En esa casa que no es la de él, la demanda de atención de la madre, entre depresiva y enferma que requiere cuidados permanentes, se respira muy poco aire. Esa asfixia no necesariamente producida por un encierro en el lugar es la que padece en soledad Alejandro, oprimido por las frustraciones y la inercia de no poder salir de un círculo vicioso que arranca con una novia, madre de un hijo pre adolescente, separada, quien lo utiliza en su condición de amante a cambio de esporádicos raptos de convivencia hogareña pero que nunca consolidan la estabilidad de pareja que él necesita para ganar alguna cuota de tranquilidad. Tampoco, la poca solidaridad de su hermana casada para hacerse cargo a medias del destino de la madre demandante.
En ese derrotero, la búsqueda de un espacio propio -y de ahí el título del film- surge desde un anhelo más que desde una necesidad concreta anclada a la realidad socioeconómica del protagonista y su situación precaria en el ámbito sentimental y laboral para llevar a cabo proyectos de autonomía y desapego de los vínculos parasitarios que lo sumen en una paulatina tragedia personal.
Rosendo Ruiz da espacio al silencio desde el barullo mental y expresa la abulia de un personaje que arrastra su vida como puede en una permanente actitud corporal en la que la mochila invisible de plomo que carga Alejandro en su condición de hijo es directamente proporcional a la opresión de una ciudad atestada de departamentos de paredes blancas como las páginas de una tragedia con final anunciado.