La furia contenida
El primer plano de Casa propia (2017), de Rosendo Ruíz, es definitorio de aquello que luego se convertirá en una constante del film: Un grupo de jóvenes se ríen, pelean y toman fernet, mientras asisten involuntariamente a una pelea conyugal que termina en una separación. Cual voyeurs, los adolescentes y los espectadores compartirán el primer acercamiento a Alejandro (Gustavo Almada), protagonista del relato, un ser que vive el día a día pendiente de un hilo.
El reciente alejamiento de su mujer actual (Maura Sajeva) no hará otra cosa que complicarle aún más su futuro a Alejandro que, de regreso a la casa natal, deberá convivir con su madre (Irene Gonnet), una mujer a la que le descubren un cáncer terminal, hecho que posterga su actual crisis, amorosa, laboral, existencial, a punto de cumplir 40 años, por los cuidados necesarios para ella.
A diferencia de sus propuestas anteriores, Ruiz plantea los personajes protagónicos, los satélites y aquellos conflictos que atravesarán de primera mano. No habrá sorpresas en el relato, pero si en la composición de las escenas y en la resolución de las mismas, que exigen un compromiso mayor por parte de los actores, y, principalmente, el de Almada -quien además coescribe el guion- que debe componer al impávido hombre ante los avatares que se le plantean y mantenerse contenido a pesar de todo.
En una segunda instancia, Ruiz contrasta su relación con los jóvenes, y ubica a Alejandro dentro del contexto que vive como profesor de lengua y literatura en un instituto secundario privado, completamente diferente a ese universo inicial de aquellos adolescentes que sólo querían disfrutar de la noche, el sexo y el alcohol. Porque la noche, para Ruiz, es el espacio del disfrute y descanso, y los personajes habitan ese momento crepuscular para conseguir mantenerse vivos ante la dureza de las rutinas que los atraviesan y definen durante el día.
La Ciudad de Córdoba se abre al lente del director, no sólo como un espacio para desarrollar el relato, sino como un actante más dentro de los conflictos trascendentales que se le plantean todo el tiempo al protagonista y su entorno. Casa propia habla del lugar que necesita el protagonista, que no necesariamente es habitacional, es el reparo para poder conectarse consigo mismo a pesar que el exterior constantemente lo interpela, le exige y estimula.