Comienzo la cobertura con la última película vista en el festival, una comedia de vampiros proyectada en un clima de contagiosa alegría cinéfila, algo habitual en las funciones de la sección Hora Cero. “Si nunca vieron Flight of the Conchords, deberían hacerlo ya”, dijo el programador Pablo Conde al presentar el film, en referencia a una serie televisiva de HBO cuyos creadores, los neocelandeses Jemaine Clement y Taika Waititi, son también los realizadores y protagonistas de What we do in the shadows.
Es de noche. Suena el despertador y un sujeto de tez muy pálida sale de un ataúd para hablarle a la cámara y contar cómo son sus días en un penumbroso castillo junto a otros tres amigos de la misma especie. Así arranca el film, como si fuera un documental sobre las costumbres de los vampiros, un paseo por todos esos tópicos que conocemos desde siempre y que aquí sirven de base para la parodia. El vampiro anfitrión tiene el look de un Drácula clásico, enamoradizo y algo ingenuo. Hay otro muy parecido al Nosferatu de Murnau y otro con el perfil de Gary Oldman en el film de Coppola. El cuarto vampiro debió huir de Europa por haber militado en las huestes de Hitler. A la convivencia se suma más tarde un vampiro novato que provoca desastres al no poder aceptar su condición.
Veloz y compacto, el relato ofrece una verdadera lección de timing: uno intuye que cada gag ingenioso podría haber disparado con facilidad un abanico de chistes similares, pero si hay algo que el guión evita es precisamente caer en la redundancia y la saturación grotesca. Tampoco abusa de los efectos digitales, que son discretos aunque muy efectivos y funcionales al verosímil que el film busca construir. Los directores se ríen de muchas taras de los vampiros, pero se nota que los conocen a fondo y los adoran. No aspiran a desactivar los clichés del género sino más bien a verificar la resistencia de esa raíz particular, tan mágica como arbitraria, sobre la que se erige una mitología. La película recupera con inteligencia esos signos vitales que soportan el paso del tiempo más allá de todos los reciclajes anodinos impuestos por la industria cultural en las últimas décadas.