Comedias sobre vampiros, a esta altura, hay miles. Desde La danza de los vampiros hasta Hotel Transilvania, pasando por Que no se entere mamá o Buffy la cazavampiros, el género ha dado todo y más. O eso parecía hasta ahora con el estreno de Casa vampiro, una película que no se parece a ninguna de sus colegas y, en honor a la verdad, a ninguna otra película en general.
Casa vampiro es neocelandesa, está ambientada en una Wellington previsiblemente nocturna, y está dirigida y protagonizada por Taika Waititi y Jemaine Clement, dos de los responsables de la serie de culto Flight of the Conchords y de una algo menos conocida pero igual de imprescindible Eagle vs. Shark, comedia romántica incómoda.
Vladislav, Viago y Deacon son tres vampiros que comparten una casa junto con Petyr, el más anciano de los cuatro, de 8 mil años y rasgos monstruosos parecidos a los del Nosferatu de Max Schreck. Un equipo de filmación se mete a producir un documental sobre ellos -porque Casa vampiro es un falso documental, aunque pronto olvidamos el recurso- y así nos introducimos en su vida y cotidianidad. Cada uno con una personalidad diferente -sobresale Deacon, el más “joven”- y listos a recibir a otros personajes -el recién convertido Nick y el humano Stu-, los tres vampiros lavan los platos, van a bailar y discuten la mejor manera de morder a una víctima sin ensuciar el sillón.
Quizás el que haya visto algunos trabajos anteriores de estos amigotes neocelandeses nos quedemos con ganas de más: algún numerito musical, alguna carcajada extra, pero Casa vampiro es singularísima en su propuesta y en su tono: irónico pero no cínico, tierno pero filoso, siempre observador y con las referencias en la punta de la lengua. Como Los Soprano y las películas de mafia, Casa vampiro bebe de la sangre del manantial interminable de películas de vampiros y escupe un artefacto pop y único.