¡Que viva la parodia!
Hubo que esperar mucho tiempo, no tanto como los años que tienen los personajes de la película, pero valió la pena, se tuvo la suficiente paciencia y llegó el día. Desde La danza de los vampiros de Roman Polanski y El joven Frankenstein de Mel Brooks, en los 60 y 70, la parodia del terror no tenía un gran film que ahora, y sorpresivamente, viene de Nueva Zelanda, concebida por gente de la televisión, con bajo presupuesto pero repleta de ironías, chistes, alusiones y referencias al género, una construcción de relato que refiere a un falso documental entremezclado con un reality (¡los camarógrafos llevan crucifijos!) y un respeto desde la puesta en escena que convierte a esta comedia casera en un ejemplo único. Por supuesto que la saga Crepúsculo cae bajo los colmillos de esos cuatro habitantes de un caserón al que hay que limpiar todos los días, ya que los eternos amigos, una vez que deciden recorrer las calles en busca de diversión, se topan con más de un hombre lobo en estado catatónico. Pero la fiesta no refiere exclusivamente a la contracita irónica; Casa vampiro es mucho más. En todo caso, se parece a una celebración lúdica que recuerda a los años 70 y al descontrol de The Rocky Horror Picture Show, pero sin canciones y coreografías, apuntando al cuello de la veta vampírica, sumergiéndose en la soledad y efímera felicidad de un grupo de personajes que hasta descubre las posibilidades de Internet. Los tiempos cambiaron y aquel film proveniente de un espectáculo Broadway desde hace años es una obra de culto. Ojalá que Casa vampiro adquiera una definición similar. Prepare sus dientes y vaya a verla. ¡Ya!