Sangre fresca
Hubo una época en la que HBO producía una serie delirante y de culto llamada The flight of the conchords, que respondía a unos estándares de comedia extraños al canal premium y que había sido creada por un grupo de actores de Nueva Zelanda. Del mismo país y con un humor en sintonía llega ahora Casa vampiro, escrita y protagonizada por uno de los gestores de aquel programa de TV.
Casa vampiro (su título original es What we do in the shadows, "Lo que hacemos en las sombras") retoma un clásico tema del cine de horror, ya premasticado por el mainstream de los últimos años, y se nutre de todos sus mitos para realizar una comedia que toca varias fibras sin tropezarse con ninguna.
La película escrita y dirigida por Jemaine Clemnt y Taika Waititi tiene gloriosos momentos de parodia pero nunca cae en la seguidilla de gags al estilo Scarie Movie, tiene terror y humor negro sin engolosinarse con ninguno de los dos, tiene también humor blanco y de situación, y un ritmo pausado para permitir el estupor y la risa, inusual para las comedias de efecto inmediato a las que estamos acostumbrados.
La historia comienza como un falso documental, un reality de cuatro amigos vampiros que comparten una casona antigua en Wellington, Nueva Zelanda: Viago, el vampiro-dandy que sigue pensando en su amada perdida; Vladislav, más sanguinario y cercano al histórico conde Vlad Tepes; Deacon, el más joven y el que quiere estar a la moda; y Petyr, el monstruo que menos participa en la vida en comunidad.
Con referencias que incluyen a películas pioneras del género, a otras más comerciales y también a la literatura clásica, la cámara inquieta del reality muestra las situaciones comunes de la vida en la ciudad a las que se enfrentan estos cuatro vampiros: cómo se organizan para lavar los platos en casa, cómo se las arreglan para mantener amigos humanos sin comérselos, cómo se llevan con los hombres lobos y cómo logran esquivar la luz del sol y la mirada de los policías.
Cada situación está acompañada por el recurso del testimonio a cámara del reality show televisivo, en el que los personajes explican las emociones se sienten por sus compañeros, idea tan sencilla como genial. En épocas en la que los vampiros se convirtieron en monstruos de moda, en las que revisitar el tema con frescura parece imposible, el filme logra en el género comedia lo que la película Déjame entrar logró en el terror: oxigenar la sangre del mito. Y esta vez, los colmillos se asoman para reírse.