Vivir en el aire En Casas, la máquina para vivir (2013), la realizadora Marina Pessah indaga sobre la problemática de la falta de una vivienda a través de los testimonios de quienes se ven perjudicados por la ausencia de esa necesidad básica. Eli y Mirian no se conocían hasta que Pessah las juntó. Ellas tienen en común la carencia de una vivienda, y es a través de una charla intimista, generada por este denominador común, que ambas mujeres irán dejando al descubierto las consecuencias que la ausencia de una casa provoca en el ser humano. Por otra parte, la directora habla a través de Skype con Leo, un artista plástico radicado en España cuya obra “La casa a cuesta” desencadenó parte de la idea de este documental. Pessah estructura Casas, la máquina para vivir en dos partes. Por un lado la charla que mantienen Eli y Mirian, que a pesar de no conocerse con anterioridad logran, a través de la misma problemática que las aqueja, contar su historia personal pero que puede extenderse a la de miles de personas que pasan por lo mismo. Por el otro, desde España Leo habla sobre las relaciones que su obra tiene con su propia historia, mientras desde una voz en off y a través de intertítulos la realizadora también narra su situación personal marcada por la ausencia de una casa. De esta manera el documental no solo se centra en la falta de una vivienda vinculada a lo económico, sino también en la de aquellos que teniéndola no pueden habitarla. Con un formato clásico en el que predomina la palabra, Casas, la máquina para vivir no hace otra cosa que llevar al cine la historia de muchas personas a las que la carencia de una vivienda las limita para poder progresar en esta vida. Y Pessah lo hace desde un lugar poco habitual, sin ningún tipo de pretensiones y con respeto que el tema se merece.
La dificultad de encontrar un hogar Una atractiva introducción en stop motion: un terreno que se prepara para la construcción, el inicio de la obra, armados y desarmados. Ese muy buen fragmento, realizado por el Colectivo Audiovisual FM 88.7 La Tribu, impacta, abre las expectativas para la película por venir. Casas, la máquina para vivir plantea tres líneas narrativas a partir de ahí: una es la charla -dispuesta en una obra en construcción abandonada- de dos mujeres cuya historia lleva el peso nada menor de sus problemas habitacionales; otra es la charla vía Skype con un artista plástico argentino que vive en España y que tiene a la casa como tema de sus trabajos; la tercera es más elíptica y se trabaja con textos sobreimpresos y leídos: el derrotero de la familia de la directora por diferentes casas y algunos apuntes sobre la persecución política sufrida. La línea principal, de todos modos, es la de las dos mujeres, Eli y Miriam. Es la que más se profundiza, a la que más tiempo se le dedica, aunque muchos de los planos sobre ellas parecen no estar del todo convencidos del potencial de sus historias y encuadran en exceso el mate en lugar de confiar en sus rostros. La interacción entre las líneas se sostiene tenuemente, alrededor de un organizador que podría estar en "la dificultad de tener un techo", o "la centralidad del hogar en la vida". Marginalmente al principio, con más peso después, hay cuestionamientos a las políticas municipales sobre vivienda. Casas, la máquina para vivir abandona pronto esa noción de movimiento del principio en stop motion y permanece en sus planteos cruzados de las tres líneas -que se entrelazan muchas veces sin fluidez o de manera un tanto forzada- y decide encerrarse demasiado en los testimonios. De esta manera pierde variedad y -al no aventurarse con datos, entrevistas a especialistas o crónicas históricas y comparativas- queda como un borrador sobre su tema antes que como una propuesta sólida. El buen recurso del uso de un material de archivo del pasado de una de las protagonistas ilumina brevemente las posibilidades que había para ampliar la mirada y los recursos de este documental.
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