Bajo el cielo del puente de Brooklyn
Anónimo colaborador del guión, Woody Allen acompaña a su discípulo, John Turturro, en esta placentera aventura, en un mundo de almas solitarias. Comedia dramática sobre la soledad donde la amistad que celebran ambos nos llega con toda plenitud.
Ante el estreno de este film que se presentó oficialmente en el Festival de Toronto en septiembre del 2013 y que despertó una crítica muy dividida, y frente al afiche del mismo que nos acerca a los actores protagónicos, aquí sobre un fondo rojo que permite divisar la silueta del puente de Brooklyn; en otros países, en el escenario de un iluminado parque de Nueva York, los que venimos siguiendo a Woody Allen, los que conocimos a John Turturro más tardíamente, de la mano de los Coen, sentimos una cierta ansiedad por rever aquel film que los reunió por primera vez en 1986.
Hoy, a casi treinta años de aquella labor conjunta, en la que Allen lo dirige en Hannah y sus hermanas, podemos llegar a pensar este film, en parte, como un saludo de agradecimiento y un fuerte apretón de manos; como asimismo, un reconocimiento a toda la obra de uno de sus maestros, ya que John Turturro, de ascendencia siciliana, nacido en Brooklyn a fines de marzo del '57, de padre carpintero y madre cantante de jazz, nos lleva a recorrer distintos espacios que pueblan la filmografía de Woody Allen, desde una partitura que se hace eco de las melodías que acompañan sus historias, desde ciertos guiños que son particularmente todo un acierto, melancólicos algunos, humorísticos otros.
En este, su quinto largometraje, el que abre en un ámbito muy presente en los films de su guía, el de una librería que va a cerrar sus puertas (recordemos una particular secuencia jugada en aquel film de mediados de los '80, ya citado, entre los personajes interpretados por Michael Caine y Barbara Hershey), la amistad que celebran ambos actores y directores, nos llega con toda su plenitud; particularmente, en el primer tramo del film, cuando escuchamos esa propuesta que el veterano Murray (el mismo Allen) le plantea a su amigo Fioravante,(nos referimos a un cándido Turturro) dedicado al cultivo de las plantas, al cuidado de las flores, sobre lo que conocemos como El oficio más viejo del mundo.
Todo ocurre en un tiempo de fuertes desajustes, de grandes injusticias socioeconómicas. Y esta breve historia le fue narrada por primera vez a su barbero, cuenta Turturro; quien lo miró con gran expresión de alegría y le agradeció haber sido su confidente. De ahí en más, el encuentro con Allen se dio manera de manera inmediata, desde una admiración mutua. Y esto se percibe, más allá de la misma ficción, de los andaniveles del relato, en todo el film.
Allen y Turturro, Bongo y Virgil, guía y aprendiz; ambos, en este momento en crisis (temática que no escapa nunca a la mirada de Turturro), juntos, lanzados a la aventura de proporcionar momentos de placer a aburridas y deseosas señoras de la alta sociedad neoyorquina. Hay ciertas alusiones al film de Blake Edwards, Muñequita de lujo (Breakfast at Tiffany's) y cuando la otoñal Sharon Stone sale al ruedo, desde una callada sensualidad, los reflejos de otros films, en los que dos décadas atrás fue la principal intérprete, encandilan el plano; siempre, ante la mirada casi inocente, soñadora, de Fioravanti o del ahora Virgil.
Señoras de una aristocracia que nos lleva a pensar en el decorativo y glamoroso mundo de Blue Jasmine, en el que los afectos sinceros, los cálidos acercamientos, están ausentes. Señoras que verán en este exponente viril la oportunidad de sentirse vivas, acompañadas. En Casi un gigolo el cuerpo es la entrada a un íntimo rincón de asociaciones libres, de desenfado y también de confidencias. Pero por esas calles de Brooklyn, y siempre mediando la figura de su mentor, Virgil o Fioravanti aprenderá a sonreír de otro modo, cuando conozca a una joven viuda de un rabino, cercada por una tradición que la arrincona, vigilada por un antiguo pretendiente.
Como en los films de su autoría, el personaje de John Turturro despliega su cortejo en la danza, junto a sus partenaires; al son de "La Violetera" en ritmo de tango o de la tan eufórica "Sway". Y así siguen los momentos en los cuales John Turturro va diseñando su periplo por un camino de alusiones; por esas calles que desde sus variados grupos étnicos, igualmente, nos llevan a llamar a otras puertas; como la de la familia negra, a quien Murray ayuda económicamente, a cuyos niños invita a felices paseos, divertimentos.
Un discípulo saluda a su maestro. Y a su vez este maestro lo hace con algunos films que están presentes a lo largo de su obra. Desde un parlamento, ciertamente aggiornado por las circunstancias, por las miras de amplitud que pueden ser aceptadas sin tanto enojo en el mundo de hoy, Woody Allen, es decir Murray o Bongo (según la ocasión requiera) se permite recrear y ampliar el parlamento final de Casablanca, mítico film de Michael Curtiz, cuya secuencia de un supuesto cierre nos lleva a ese neblinoso aeropuerto en el que había tenido lugar una abnegada despedida. Y es entonces que en este momento de este film cuando escuchamos de los labios del personaje que interpreta Bogart, Rick Blaine, este parlamento que hizo época y que, aquí, en este nuevo film de Turturro, incorpora a nuevos actores.
Sí, una comedia; así, sonriente; pero una comedia dramática sobre la soledad. En los lineamientos mismos del guión están presentes, tal vez, (por lo menos así, Turturro narraba a la prensa) los personajes de ese film inolvidable, olvidados y solitarios, del film de Allen de 1984, Broadway Danny Rose.