Fioravante (John Turturro) es, en ciertos aspectos, el estereotipo del personaje que se opone al estereotipo. Su ascendencia italiana y su atractivo de “macho man” de alguna manera funcionan en perfecta sintonía con su oficio como florista. Y es que Fioravante porta su masculinidad con tanto orgullo como con el que prepara los fantásticos arreglos que tan cuidadosamente arma. En él, la delicadeza de quien tiene un trato cuidadoso y la aspereza de un típico hombre italiano conviven a la perfección. Es justamente esta armonía la que hará de él un gigoló perfecto, y la que mueve a Micky, interpretado por un Woody Allen en la piel de un personaje escrito a su medida, a ofrecerle a Fioravante sus servicios como proxeneta.
Es esta la premisa que pone en marcha una película que aparenta ser predecible. En Hollywood, el argumento típico, como el del drama en la vida de una prostituta, por ejemplo, puede ser tan cliché como la historia que busca escaparle, como la comedia del hombre que ocupa esta profesión tradicionalmente sostenida por mujeres. Sin embargo, John Turturro se las ingenia para sorprender. Pronto se vuelve evidente que el trabajo de gigoló de Fioravante no es más que una excusa para contar con honestidad -e, increíblemente, con mucho corazón- la historia de las mujeres que lo contratan. Ya las primeras escenas lo ilustran, con personajes como el de Sharon Stone cuyos nervios adolescentes logran hacer reír nerviosamente al espectador, retrayéndolo a ese miedo emocionante que generan los primeros acercamientos.
Sin embargo, el punto más interesante de la película vendrá de la mano de Avigal, una viuda que descubrirá que el fantasma que más la acecha no es el de su marido, sino el de la soledad que implica ser parte de una congregación tan cerrada como la judía ortodoxa, determinada por un extremismo agobiante. Así, mediante la paciencia y el respeto que lo definen, Fioravante le brindará la medida justa de intimidad y la liberará de la angustia que se agita dentro suyo (sin ponerle un dedo encima, le hará el amor de la manera en la que ella más lo necesita). El final de esta historia será un tanto polémico, pero por demás acertado.
Casi un Gigoló prueba entonces ser muy distinta a lo que a primera vista parecería. Así como por ver a un hombre como Fioravante uno no asumiría que hace hermosos arreglos florales, el póster de esta película tampoco ilustra la cantidad de corazón que se pone en juego en ella. Pero este es justamente su fuerte: es una película humilde, que no hace un escándalo ni de la ortodoxia judía (cuyo retrato podría haber sido nefasto y erróneo muy fácilmente), ni del hecho de que gira alrededor de un cambio en los roles tradicionales; ese cambio de roles funciona, justamente, porque no se hace hincapié en él. Estamos frente a una película que no solo logra tratar con frescura y honestidad un tema por demás gastado, sino que se las ingenia para usar ese tema como un vehículo para tratar con preguntas mucho más interesantes, como la de qué es la intimidad y cómo llegar a ella. Turturro demuestra, así, un gran talento al reflejar el gran talento que se necesita para ser un gigoló de primera.