Y seguimos con la onda de niños sicópatas. En este caso tenemos un ejemplar manufacturado por el auteur de Pandorum, un alemán que probó suerte en Hollywood y que, después de fracasar con este proyecto, decidió regresar al viejo continente. Honestamente, Caso 39 arranca tan pero tan bien que es una lástima que se derrumbe en la segunda parte, en donde decide revelar la naturaleza de la amenaza: en vez de mantenerse como thriller sicológico el libreto se despacha con una onda de delirio sobrenatural al estilo de La Profecía: otra de niños con superpoderes que le hacen la vida imposible a los adultos que lo rodean. El problema es que el encastre no es muy pulido que digamos y arruina la credibilidad de la historia, aparte de que los shocks carecen de impacto (o son tan bobos que no asustan a nadie). El final es artificial y arma una conclusión insulsa con las últimas dos gotas de combustible creativo que le quedaban en el tanque a los guionistas.
La idea del subgénero siempre ha sido buena - la posibilidad de que un niño termine siendo un monstruo asesino, sea porque es un sicópata o bien porque posee alguna especie de superpoder - , lástima que la mayoría de los resultados tienden a ser pobres en la práctica. Sea La Mala Semilla (1956), La Profecía (1976) o El Bebe de Rosemary (1968), son mas las excepciones que la regla en cuanto a calidad del producto terminado, y las cosas siempre terminan derivando en cliches reciclados sin analizar lo estremecedor del caso. Parte del problema es la posibilidad de encontrar buenos niños actores, pero el grueso del defecto le corresponde a los creativos de turno: aún sin gore, un filme como Tenemos que Hablar de Kevin es mucho mas devastador y ponzoñoso que uno del hijo del diablo haciendo suicidar a su niñera en medio de una fiestita infantil. El tema es la cercanía, la inmediatez, la sensación de que uno conoce casos parecidos y los cuales pueden derivar en resultados tan estremecedores como sangrientos. Incluso el subgénero puede plantear cosas apasionantes si trata debidamente el tema del origen del mal, ya no como una cuestión de entorno familiar / social o cultural, sino como algo genético, algo que viene por naturaleza y que se trata de un engendro que obtiene su única razón de ser en torturar a las personas que lo rodean. No es una cuestión de defensa contra la agresión, sino en una naturaleza destructiva, sádica e imparable que tiene que ver con una ausencia de alma o la existencia de una de compostura retorcida.
Esos temas son tocados al inicio de Caso 39 con bastante altura. La primera hora es genial, con buen clima, buenas actuaciones y un misterio realmente intrigante. La chica que todos parecen abusar tiene un aspecto angelical y pareciera que está a punto de quebrarse; el tema es que, intervenida su familia, pronto revela su naturaleza manipuladora. La perfomance de Jodelle Ferland es buena, pero carece de cierto impacto al momento de exponer su verdadera razón de ser. Quizás el punto es que se ve demasiado fría e intelectual, cuando aquí se precisaba algún tipo de versión junior de Jack Nicholson. Hay un par de escenas inspiradas - cuando los padres quieren cocinarla viva en el horno; el tiroteo intelectual entre Ferland y el sicólogo que compone Bradley Cooper en donde las cartas cambian de mano y la niña termina dominando la sesión - pero después el filme decide saltar por la borda y dejar la sutileza. En sí lo de la niña no parece el gran superpoder - de hecho, el filme hubiera quedado mejor si respetaban la idea del dominio mental; de que la niña, tal como las sirenas, fuera capaz de lavar el cerebro a la gente que la rodea y les ordenara cosas tan insólitas como atroces, o simplemente los sugestionara de tal manera de volverlos locos -, pero da la impresión de que la película pasó por la prensa del estudio y decidieron añadirle escenas y efectos especiales como para que los espectadores tontos pudieran descifrar de que la piba es mala y brava. De ese modo el filme dejar de ser uno horror val lewtoniano a transformarse en una de Roger Corman, recargado de obviedades. Las puertas se hinchan y se tiran abajo, los muebles salen volando, y hay toda una parafernalia que escupe en las buenas intenciones de la cinta. Y ni siquiera el climax cumple como corresponde, ya que se precisaba terminar con una nota deprimente - e incluso dejando abierto la puerta a una secuela en vez de rescatar a la protagonista del caos simplemente porque es Renee Zellweger -.
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Recomendaría a Caso 39 por la primera hora pero, en la segunda mitad, el filme se clava de nariz y arruina los excelentes méritos obtenidos al inicio. Hay buenas perfomances - la de Ian McShane es una delicia - pero eso no quita que sea un filme de terror con poco filo. Es mejor sugerir antes que mostrar, lástima que aquí decidieron trocarlo por un festival de truculencias que terminan arruinando una obra que estaba plena de interesante potencial.