La posesión va por dentro
Emily Jenkins (Renée Zellweger) trabaja como asistente social, su labor es intentar conseguir armonía en hogares donde los chicos pueden estar en riesgo, sea por desatención de sus padres o por algún tipo de violencia ejercida por ellos. Con muchos casos que revisar y sin el tiempo que desearía tener recibe un nuevo fajo de expedientes, entre ellos uno que le llama la atención de manera especial. Se trata del caso de una niña de diez años, llamada Lillith, que demuestra una personalidad retraída y se duerme en clase.
El director alemán Christian Alvart nos muestra como Emiliy visita la casa de la niña, su entrevista con los padres, de aspecto desquiciado, claramente trastornados, y la lucha de la asistente por alejar a la chica de esa casa. También nos hace partícipes de como Emiliy junto a un policía amigo consiguen salvar a Lillith de una muerte segura, y como se establece un lazo afectivo entre la chica y la asistente social.
Pero lo que nos muestra Alvart es apenas un señuelo, una pase de manos, ilusión que lamentablemente se desmorona demasiado pronto. Pierde la oportunidad de ser sutil, de sugerir, y descubre el juego con torpeza para dar lugar a un devenir de clichés y referencias a filmes varios que sólo consiguen ansiar el desenlace.
No es que las actuaciones estén mal, ni la cinematografía en general. Es apenas una más de terror y suspenso cuando prometía ser algo distinto. De esas que no dan vergüenza ajena y se dejan ver si se es fanático del género o se está aburrido una tarde en casa, haciendo zapping.