Emily Jenkins (Renée Zellweger) es una trabajadora social que se ve conmovida por el caso de Lillith, una pequeña de 10 años que se salva de ser asesinada por sus propios padres, y decide adoptarla. Poco a poco, esta mujer descubrirá que un misterio esconde esta niña para que sus propios padres hayan querido matarla.
En primer lugar, esta película revela que hasta el momento Hollywood se había perdido a una gran actriz de terror, como ha demostrado serlo en esta ocasión Renée Zellweger. Sus caras de espanto, que en algunas películas cómicas nos resultaban un poco descolocadas, aquí encajan a la perfección.
En segundo lugar, es verdad que la idea de un niño endemoniado es uno de los argumentos más pavorosos entre los tópicos de terror, pero en esta película alcanza clímax irrisorios. No se entiende cómo, los poderes sobrenaturales de esta niña no alcanzan nunca a su madre adoptiva y esta mujer debe luchar puño a puño para defenderse de esta pequeña. Emily no logra nunca hacerle honor a la diferencia física que se supone que hay entre un adulto y un menor.
Sin embargo, como dije anteriormente, Hollywood ha descubierto una joya en la interpretación del cine de horror a la que seguramente le sacará su jugo correspondiente. Lo único rescatable del film: la impresionante actuación de la pequeña Jodelle Ferland.