Elena (Graciela Borges) está en medio de la producción de su documental cuando el teléfono suena y la peor noticia llega: su marido Augusto acaba de tener un infarto. Al llegar al hospital junto a su asistente (Rita Cortese) descubre que una joven es quien ha llevado a su esposo a la guardia. Misterio total. ¿Quién es la chica? ¿Qué esconde debajo de ese tapado? ¿Realmente está desnuda? Las respuestas no se hacen esperar y lo obvio sale a la luz. Su marido mantenía una relación paralela con Adela (Valeria Bertucelli), una estudiante de periodismo con un trabajo inestable, que empezó tres veces la carrera y no tiene dónde caerse muerta. Casi en el último suspiro, Augusto le pide a Elena que cuide de la muchacha, pero ésta se niega. Sin embargo, un intento de suicidio por parte de Adela días después, hace que se compadezca y la lleve a su casa. Carnevale elige como puntapié para su relato una situación que es más común en la vida real de lo que se piensa: la de una mujer que se entera, tras la muerte de su esposo, que éste la engañaba. Sin embargo, la reunión de estos dos personajes, y el hecho de que uno se apiade del otro o de que, incluso, lo lleve a vivir a su casa es un tanto increíble. No me imagino mujer en este mundo que deje pisar ni la vereda de su casa a la amante de su pareja. Pero bueno, supongamos que esa es una apreciación muy subjetiva de mi parte. Sin embargo, rescato el mensaje de Viudas. Hay algo que es muy valioso y es, más que lo que dice, las preguntas que hace. ¿Qué es el amor en realidad? ¿Es el sentimiento por esa persona con la cual una se siente segura, protegida, a salvo? ¿Es aquella persona sin la que no se podría vivir? ¿Es pasión? La búsqueda de una respuesta a este interrogante trascendental atraviesa toda la historia. Algunas tesis se esbozan. Quizás sea una condena, como reza la maldición árabe “Ojalá que te enamores”. Quizás el verdadero amor sea la amistad, siempre fiel, como la que tienen Elena y Esther. Quizás sea la aceptación y el entendimiento de los actos del otro, como aceptar que la persona que más amás te engañó. Quizás sea como la decisión del joven Werther de Goethe, que antes que el sufrimiento de no ser correspondido prefiere la muerte. Nada se concluye. Posiblemente eso sea el amor y muchas otras cosas más. Tal vez haya tantas definiciones como personas hay en el mundo.
El ex primer ministro británico Adam Lang (Peirce Brosnam) contrata a un escritor oculto (Ewan McGregor) para que le ayude a redactar con sus memorias. Si bien se rehúsa en un primer momento, un sueldo de un cuarto de millón de dólares más viáticos logra convencerlo de aceptar el trabajo. Cuando emprende su tarea, para la cual debe trasladarse a una mansión del funcionario situada en una isla, las intrigas comienzan a aparecer. Descubre que el anterior escritor oculto murió de manera sospechosa dos semanas atrás en la playa y que Adam Lang es acusado ante la justicia por crímenes de guerra. Ante tantas buenas críticas, y tras ver la última película de Polanski, supe al instante en que no me iba a ser fácil argumentar por qué El escritor oculto no me pareció un film diez puntos. Si bien este thriller político está sostenido en buscar la intriga y el suspenso, se pierde al tratar de alcanzar esos objetivos y naufraga en una lentitud narrativa, característica muy típica de Polanski. Desde las primeras escenas el espectador se irá dando cuenta con qué clase de película se va a encontrar. Hasta los últimos minutos uno sigue sintiendo la sensación de que la historia ha avanzado muy poco, o nada. Y el final sorprendente, que es como un volantazo violento en toda la trama, deja al descubierto el vacío de esta historia. Mucho ruido y pocas nueces, para sintetizarlo de alguna manera. La notable interpretación de McGregor permite que la parsimoniosa trama sea más llevadera. Sin embargo, la gran atmósfera de suspenso creada, en la cual cada pista de ésta historia va apareciendo casi en cuentagotas, hace pensar que la intriga develada quizás no está a la altura de tanto suspenso. McGregor se lleva la película.
Si vas al cine a ver Robin Hood esperando encontrarte con la historia de aquel jovencito portador de un excelente dominio del arco y la flecha, que les robaba a los ricos para darle a los pobres tendrás una gran sorpresa cuando veas la última producción de Ridley Scott. Pero el cine está hecho de sorpresas y de darnos lo imprevisible. Lo que, justamente, no esperábamos. Sino, no habría gracia. Lo que pasa en esta ocasión es que, al buen estilo de Hollywood, se puso toda la carne al asador y nos construyen un Robin (que aún no es Hood) en grande que, casi sin fundamento, es convertido en una especie de líder de un ejército y participa de en batallas inmensas y espectaculares. Mucha flecha, mucha lucha, mucha grandilocuencia, como les gusta a los americanos. Ésta vez se cuenta el origen de aquel mito. Robin Longstride (Russell Crowe) es un excelente arquero, perteneciente al ejército del rey Ricardo Corazón de León (Danny Huston). Debido a la muerte de éste, Robin emprende, junto a otros compañeros, el regreso a Inglaterra tras haber luchado en las Cruzadas por Tierra Santa. Una casualidad hace que se encuentren en el camino con un grupo de caballeros ingleses heridos y decidan hacerse pasar por ellos y llevar la corona del rey de nuevo a Inglaterra. Ese episodio hará que Robin tome una nueva identidad. Diferentes desafíos comienzan a presentársele en el camino. Y el Robin Hood, combativo y justiciero, que todos conocíamos empieza a surgir. A pesar de que algunas características esenciales del personaje están muy bien plasmadas en la película (como la rebeldía a las autoridades, la lucha por la justicia y la equidad), la falta de carisma de Russell Crowe impiden que uno pueda involucrarse con el personaje. En el caso de Gladiador, su estilo se amoldaba perfectamente a las necesidades de la película. Sin embargo, Robin Hood era un ser carismático, del pueblo. Y eso es algo que, si bien trata de mostrarse durante la película, no me lo transmite este actor. La versión 2010 de Robin Hood cuenta una parte de la leyenda. Pero es una parte que, según la impresión que me dejó, no merecía una película de dos horas y media para ser contada. Aunque, reconozco, todo depende de cómo se narre una situación. Pueden relatarte la historia más simple, pero si está bien contada, con eso basta.
Iron Man es un superhéroe como pocos. A pesar de tener grandes poderes como los demás (en su caso, un traje-arma que lo hace invencible), es el único que ha tenido la valentía de confesarle al mundo entero su verdadera identidad: ya todos saben que Tony Stark (Robert Downey Jr) es Iron Man. Ahora el gobierno de Estados Unidos enjuiciará al empresario para que entregue a la nación esta arma revolucionaria, pero Stark optará por seguir gozando de la fama y el divismo que ha conseguido (en ese aspecto, me hizo acordar a ciertos personajes que hay en la Argentina). Por su parte, Ivan Vanko (Mickey Rourke), un científico ruso marginado de la sociedad y ligado al pasado de la familia Stark, comenzará a realizar negociaciones y a inventar una nueva arma para destruir a Tony. Y como en cualquier historia de superhéroes, a Iron Man le ha llegado su Robin. Esta vez, su amigo militar se transformará en su compañero de hierro. Más allá del argumento vacío y la historia predecible que guía este film, no pude evitar sentirme atraída por algunos aspectos puntuales. En primer lugar, la gran interpretación de Downey Jr, lo cual es de destacar, porque este tipo de películas muy pocas veces gozan de buenas actuaciones, y porque este género también es estigmatizado por los grandes actores. Muchos artistas de gran trayectoria prefieren no hacer estos papeles porque piensan que no son de su altura. Robert Downey Jr demuestra que se puede ser virtuoso y apostar, al mismo tiempo, por enriquecer esta clase de cine. Aclaro que este tipo de género no es de mis favoritos, y justamente porque lo asocio con actuaciones de mala calidad. Por otro lado, la construcción del personaje principal. Iron Man es un superhéroe con personalidad. Tiene actitud, es gracioso, espontáneo. También se deprime, y sufre por sus defectos, como cualquiera: es narcisista y egocéntrico. Creo que en la crítica, como en la vida, no se puede juzgar cada pieza de arte con la misma vara. Si se va al cine una tarde de lluvia con el objetivo de ver una película pochoclera, con ganas entretenerse y relajarse un rato, Iron Man 2 es una opción aceptable.
La última película de Trapero goza claramente de su estilo: una problemática social poco tratada que funciona como tema central, personajes marginales que sobreviven a una cruel realidad que les ha tocado vivir, un estilo de film que roza la hibridez con el documental y un claro compromiso social. Según contó el director, el término “carancho” fue utilizado específicamente para esta película. En la cotidianeidad no se usa este vocablo para referirse a los abogados que encuentran en la desgracia ajena una oportunidad, sino más bien el comúnmente usado “buitre”. Héctor Sosa (Ricardo Darín) es un carancho, un correambulancias que pertenece a una asociación ilícita de profesionales (abogados, policías, médicos), a la que le llaman “la fundación”, que se dedica al gran negocio de las indemnizaciones. Vive en la calle tratando de pescar algún accidente. Es un carancho que ya no elije hacer eso, que lo hace porque no le queda otra, que se ve atrapado en una realidad de la que quiere escapar. Es en las calles de La Matanza en donde conoce a Luján Olivera (Martina Gusmán), una solitaria médica residente de un hospital público, que vive arriba de una ambulancia y que es adicta a una especie de anestesia. Luján y Sosa se conocen de casualidad, pero no se involucran el uno con el otro por casualidad. Ambos elijen embarcarse en una causa común al mismo tiempo que los une una gran pasión. Carancho vendría a ser una historia de amor, según la definición de su propio director. Pero es una historia de amor totalmente distinta a la que nos tiene acostumbrados el cine enlatado. Aquí al espectador se le hace difícil descubrir cuándo nace el amor. Es ésa quizás la causa por la cual no sienta empatía por ellos, no sufra con ellos, no se involucre. Creo que ésa es la principal grieta que atraviesa esta película: a pesar de las excelentes interpretaciones de ambos actores y de lo cruel y apasionada que es la historia, existe una despersonalización de los personajes. Si tuviéramos que buscar unas palabras para definir está película, se podría decir que Carancho es una pieza artística. La técnica es excelente. El montaje es una exquisitez, y logra en su abundancia de planos secuencia un estilo único. Su fotografía, muy similar a la de Scorsesse, está basada en los primeros planos y planos detalles, y es oscura, sombría, terrenal. El sonido funciona como elemento evocador de la imaginación y completa la tomas. Pero la frutilla de la torta, y sobre todo pensando lo difícil que es para el cine argentino, son los efectos especiales: choques, golpes, peleas, en donde todo es muy veraz. Habrá escenas particulares dentro del film que son, por sí solas, dignas de un premio a la excelencia técnica, como la pelea entre los dos pacientes en el hospital en la que Luján debe hacer de mediadora, por ejemplo. Hay algo que no me quedó claro, y tiene que ver con un elemento que se repite muchísimas veces en la película, y es la presencia de la jeringa. La vemos cuando Luján se droga, cuando Sosa anestesia a Vega, cuando este abogado se inyecta a sí mismo, cuando es aplicada en el hospital. No las conté, pero creo que hay diez tomas como mínimo de una jeringa en primer plano. Quizás quienes lean este post hayan encontrado cuál es el significado de esto, ya que creo que con ese elemento Trapero, sin dudas, algo quiere decir. Carancho no cuenta una gran historia. Cuando termina quedan muchos cabos sueltos, le sobran momentos, no tiene nada de imprevisible. Pero es una historia genuina, cotidiana pero a la vez ignorada por el común de la gente. Y eso es lo que viene a hacer el nuevo cine. No viene a vendernos cuentos felices, sino a mostrarnos crudamente la realidad que vivimos para hacernos reflexionar.
Como sugerí en la entrada anterior, diversos fines puede proponerse el cine cuando se decide comenzar con la difícil tarea de planear una película. Muchos cineastas eligen el camino más redituable, y optan por los espectaculares efectos especiales que la mayoría de las veces los hacen alcanzar récord en taquillas. Otros, son más originales y eligen una historia contundente. Muy pocos audaces, como es el caso de Martin Provost, deciden buscar a través del cine el reconocimiento que no tuvo en vida una persona. Y es que, a mi entender, Séraphine es como el homenaje que nunca se le hizo a esta pintora, pionera y vanguardista en su época, ignorada por la historia. El mayor objetivo de ésta película es revivir a esta artista y darle el reconocimiento que se merece y que, en su momento, no lo tuvo. Es principio del siglo XX y Séraphine, una mujer de una pequeña ciudad de Francia, alterna sus días de puro trabajo como empleada doméstica de la burguesía francesa con un pasatiempo, aparentemente inaccesible para gente de su clase social. Durante el día friega pisos, lava ropa en el río, cocina, come las sobras; y de noche, inventa nuevos colores, le canta a Dios y alimenta su pasión oculta: la pintura. Dos cosas han llevado a Séraphine a pintar: una voz divina que le ha encomendado esa labor y su apego por la naturaleza, que parece ser su impulso y su gran inspiradora. Muchos sueños estaban dormidos y vuelven a despertarse cuando esta sirvienta de más de 50 años comienza a hacerse reconocida. Sin embargo, la Gran Depresión hará de gran piedra en el camino impidiéndole lograr el éxito que se merecía y terminará olvidada en un manicomio, abandonada incluso por su gran mentor: el alemán Wilhelm Udhe. Quizás Séraphine no sea una de esas películas que llenan muchas butacas en la Argentina. He sido una afortunada de haber tenido la oportunidad de verla en el cine, ya que estuvo sólo dos furtivas semanas en cartelera. Quizás en nuestro país de a poco y con paciencia puedan ir incorporándose nuevos estilos y podamos aprender a ser más exigentes a la hora de elegir una película. Por lo pronto, conmigo, Séraphine logró su cometido ya que esta pintora, olvidada por el arte, por los museos, por las grandes galerías, fue recordada, esa noche, por el cine.
Burke Ray (Aaron Eckhart) perdió a su esposa hace tres años en un accidente automovilístico. Ese trágico episodio lo lleva a volcarse a escribir libros de autoayuda y dictar talleres para personas que han pasado por sucesos similares. En un congreso que dicta en la ciudad de Seattle conoce a Eloise (Jennifer Aniston), una florista del lugar, quien le ayudará a descubrir que él mismo no sigue los consejos que proclama y aún no ha superado la muerte de su esposa. En primer lugar, nos encontramos ante la clásica película romántica americana con dos personajes enlatados (él, el pobre viudo sufrido; ella, la chica inocente a la que le acaban de meter los cuernos, y que le cuesta encontrar el verdadero amor). De pronto, inesperadamente se encuentran y aparece ese amor sanador, que lo cura todo, que abre los ojos. Parece una remake de Sleepless in Seattle. Y por último, la verdad no entiendo qué tiene que ver el nombre de la película “Love happens” y su eslógan (algo así como: “cuando menos te lo esperas, el amor aparece”), cuando en realidad estos personajes se la pasan los 100 minutos buscando el amor, y que algo entre ellos por fin se concrete. En este film, no hay casualidad mágica, ni nada que se le parezca. Sin embargo, rescato la actuación de Eckhart, que sabe interpretar bien la doble cara de este viudo que debe aparentar que todo está ok, pero cuando llega a su solitaria habitación de hotel, las bases de toda su teoría se le desmoronan.
Marcos (Antonio Gasalla) ha vivido toda su vida con su madre, Neneca (Elena Lucena), con la cual mantiene un fuerte lazo. Ambos son dependientes el uno del otro. Susana (Graciela Borges), la otra hija de esta mujer de más de 90 años, tiene una personalidad totalmente diferente a la de Marcos. Es independiente, avasalladora, vive centrada en su vida y en lo que le pasa a ella, y casi ni se relaciona con su hermano y su madre. Pero cuando Neneca muere, Marcos deberá buscar una nueva razón para su existencia. Volverá a sus viejas pasiones y se verá obligado a retomar su vínculo con su hermana, con la cual mantendrá una relación de amor-odio que es el meollo de esta película. Dos hermanos trata una historia común, cotidiana, con la que la mayoría puede sentirse identificado. Porque cualquier persona seguramente habrá vivido alguna vez (o habrá visto vivir a alguien) aquella situación en la cual una relación asfixiante termina convirtiéndose en la razón principal de la vida de una persona, en parte por obligación, y en parte porque acaba siendo una elección propia. Dependencia mutua, de ambos lados. Y eso mismo le pasa a Marcos, que cuando se encuentra a él mismo que ya no debe vivir más a cuentas de nadie, busca a alguien nuevo de quien depender. Esa figura la encuentra en su hermana. Pero Susana tiene una personalidad totalmente distinta de la de su madre. Es ventajista, mentirosa, celosa e intrometida. Todas las cualidades necesarias para que Marcos se de cuenta de que ha llegado la hora de liberarse y retomar viejas pasiones: el teatro, la orfebrería, el amor. Ésta película es una adaptación de la novela Villa Laura de Sergio Dubcovsky, quien históricamente ha sido socio y productor de Burman. La impronta de este director está presente en todo momento. Es una película muy Burman: su temática, su ritmo, sus diálogos. La cuestión de la relación madre-hijo atraviesa la película de cabo a rabo y se transforma en su lei moti. Además de la historia principal de Marcos con su madre que lo marca como persona, tenemos que la obra de teatro en la cual participa el personaje de Gasalla es, casualmente, Edipo Rey. Sumado a esto, qué mejor ícono de las madres fanáticas de sus hijos y nietos que Mirtha Legrand, de la cual Marcos es un gran seguidor. En cuanto a las interpretaciones, esta película ha obtenido un resultado muy extraño. Creo que nadie puede dudar de los dotes actorales de Antonio Gasalla, pero la realidad es que en Dos hermanos se lo encuentra desencajado. Es difícil darse cuenta de cuáles pueden ser las razones. Quizás la falta de tránsito de éste actor por el cine, quizás porque el género dramático no concuerda con su estilo. Gasalla mismo admitió que hacer esta película significaba todo un desafío porque debía enfrentarse a dos cuestiones poco transitadas por él: el drama y el cine. Un desafío más grande aún debe haber sido para Burman, un director de 36 años, de dirigir a estos dos gigantes del cine, y de lograr la adaptación de uno de ellos a situaciones distintas en las cuales brilla. Lo cierto es que yo me quedé con muchas ganas de seguir viendo a Gasalla en el cine. Creo que es uno de los grandes actores que nos ha dado nuestro país.
Emily Jenkins (Renée Zellweger) es una trabajadora social que se ve conmovida por el caso de Lillith, una pequeña de 10 años que se salva de ser asesinada por sus propios padres, y decide adoptarla. Poco a poco, esta mujer descubrirá que un misterio esconde esta niña para que sus propios padres hayan querido matarla. En primer lugar, esta película revela que hasta el momento Hollywood se había perdido a una gran actriz de terror, como ha demostrado serlo en esta ocasión Renée Zellweger. Sus caras de espanto, que en algunas películas cómicas nos resultaban un poco descolocadas, aquí encajan a la perfección. En segundo lugar, es verdad que la idea de un niño endemoniado es uno de los argumentos más pavorosos entre los tópicos de terror, pero en esta película alcanza clímax irrisorios. No se entiende cómo, los poderes sobrenaturales de esta niña no alcanzan nunca a su madre adoptiva y esta mujer debe luchar puño a puño para defenderse de esta pequeña. Emily no logra nunca hacerle honor a la diferencia física que se supone que hay entre un adulto y un menor. Sin embargo, como dije anteriormente, Hollywood ha descubierto una joya en la interpretación del cine de horror a la que seguramente le sacará su jugo correspondiente. Lo único rescatable del film: la impresionante actuación de la pequeña Jodelle Ferland.
Si tuviéramos que ponerle otro título a la última producción de Burton, para que no resulte engañoso al espectador y para que combine con el tipo de película que es, podría ser perfectamente “El Retorno de Alicia en el País de las Maravillas”. Porque, si bien al comienzo logra confundir un poco, éste film cuenta otro episodio de la vida de la rubia de vestidito azul en ese mundo de ensueños. Han pasado 13 años desde la primera vez que Alicia soñó con el País de las Maravillas, y sus sombrereros locos, sus animales parlantes, sus reinas extrañas, sus gatos que se esfuman y cambian de formas. Ya nada es nuevo para ella, todo el tiempo está conciente de que es un sueño. No avanzará mucho la película hasta que una misión prácticamente suicida sea encomendada a esta joven, de marcado perfil valiente. Porque Burton nos pinta otra Alicia, más moderna. Una joven feminista, si se quiere, que se niega a casar sin amor sólo por seguir los cánones de la sociedad, que está dispuesta a desempeñarse en un trabajo que en esa época era sólo para los hombres. La Alicia de Burton es una Alicia revolucionaria. Burton dejará muy en claro su cometido de transformar el espíritu de éste histórico personaje cuando sobre el final nos parezca estar viendo a Juana de Arco (quienes la vieron sabrán a que escena me refiero). Y la historia de Burton también es una historia más moderna. Es más lineal y tiene una explicación final que no se nos desvanece como arena entre los dedos como en la historia original. Porque en el cuento uno tenía una sensación de desilusión al ver que todo lo espectacular que habíamos vivido junto a Alicia era sólo un sueño. El desenlace de Burton es mucho más consistente. Nos habla de que a pesar de ser parte de una fantasía, no deja de ser real; y que los sueños existen para ser realizados, para poder bajarlos a la cotidianeidad. He aquí otro aspecto de la rebelde Alicia burtoniana que, como los grandes revolucionarios, se guía por utopías que busca concretar en la vida real. Las características físicas extremas de los personajes (muy gordos, muy altos o muy bajos, muy cabezones), las ojeras marcadas, las gamas de colores utilizadas (negros, índigos, verdes, rojos y grises), los extremos de las líneas que se espiralan, la infaltable presencia de Johnny Deep y Helena Bonham Carter, y el tema de la paternidad como móvil de los protagonistas son las señas típicas de que estamos viendo una película de Tim Burton. Pero será tal vez porque las grandes empresas son muy influenciadoras, y más tratándose de Disney, en donde un estilo cinematográfico es el que debe prevalecer, ésta me pareció una de las películas menos burtonianas que ha hecho este director. Desde que la misión -que es el nudo de la historia- es encomendada a Alicia, me pareció estar viendo un híbrido entre El Señor de los Anillos y Harry Potter. Ésta joven pálida y rubia, cual Frodo recién atacado por la araña gigante, debe aniquilar al Jabberwocky para salvar al País de las Maravillas de la tiranía de la malvada Reina Roja… o llevar el anillo a Mordor para liberar al mundo del poder del Señor Oscuro ¡Ya me confundí! De todos modos, no quiero ser pesimista y guardo todas mis esperanzas para que éste fantástico director, tan original y único, vuelva a sorprendernos con alguna de sus bizarras historias.