Inés de Oliveira César vuelve con Cassandra a “adaptar” a un entorno actual y local una narración clásica de la mitología griega; creando una suerte de tríptico con las inmediatamente anteriores Extranjera y El recuento de las horas, basadas en Ifigenia y Edipo respectivamente; y al igual que las anteriores, el camino que recorre es sin concesiones al público amplio, hablamos de films pretendidamente crípticos, lo que se diría festivaleros; lo cual no es erróneo como decisión, salvo que esta vez la ecuación no cierra del todo bien.
Agustina Muñoz interpreta a la Cassandra del título, una periodista, que trabaja para una revista banal, y decide dar un giro iniciando una investigación en las zonas del Impenetrable. Ahí, casi inmediatamente se relaciona y compenetra con las comunidades Tobas y Wichis que viven en las localidades de Nueva Pompeya y Villa Bermejo.
Cada vez es más fuerte la conexión, hasta casi cortar relación con el exterior; agustina se mete de lleno en el conflicto y en las protestas de los habitantes originarios de la zona (aunque en verdad fueron desplazados allí y ahora también quieren arrebatarle ese lugar); y su editor, interpretado por Alan Pauls, que también oficia como narrador en off, cada vez ve con peores ojos esos cambios y exige ponerle un cote a la situación.
De este modo, Oliveira César, también guionista como en sus otros films, maneja dos vertientes en la película, la denuncia de la problemática de pueblos originarios, y la historia personal de Cassandra, y el principal problema es que esas dos guías no llegan a unirse del todo. Como no sucedía en sus anteriores trabajos, la historia “ficcional” de Cassandra no resulta tan interesante, se siente como un relleno para que no parezca un documental, que en definitiva no és; menos aplomo tiene aún el editor compuesto por Alan Pauls, con características unidimensionales y maniquéas.
Todas esas bajas en la historia personal del film, se remontan en la denuncia hecha por los propios Wichis y Tobas, esos testimonios, ficcionalizados pero reales, resultan mucho más ricos e interesantes, hacen un gran contrapeso en el resultado final. Sí, tampoco no hay nada en este lado que no se haya escuchado antes, sin ir más lejos en el documental estrenado la semana anterior Inacayal; pero igualmente, la riqueza de la denuncia y la problemática de los oídos sordos del poder nunca es demasiada.
De un trabajo técnico cuidado y metódico, nada pareciera al azar en Cassandra, la directora ha sabido demostrar que puede armar rompecabezas visuales desafiantes para el espectador, que subyugan mediante el manejo del detalle y lo cuasi preciosista. La mixtura entre lo críptico y lo salvaje del lugar, logran captar la atención de un modo extraño. Muños y Pauls cumplen correctamente sus roles, aunque como expresamos, es a Pauls al que le tocó lidiar con el personaje más conflictivo desde el guión.
Una historia y una denuncia real, a veces se puede colar la ficción perfectamente desde la realidad, pero sólo a veces, y este no parece ser el caso, talvez hubiese sido mejor encarar el proyecto desde la propia mirada de los verdaderos protagonistas; esa mirada de voz en off produce una fría distancia.