Calidad de realización para el tratamiento de una temática interesante
Frente a un documental que parece salido de Nat Geo o de Discovery Channel (por su nivel de cuidada producción), se genera un interés adicional al de la temática: ver algo bien realizado desde todos los puntos de vista.
Comenzamos con una sugerente y divertida introducción de material de archivo. En ella vemos a una bella mujer en una suerte de bikini caminando por la calle ante la mirada atónita, curiosa y desbordada de los transeúntes de la época, hasta que entra en una peletería y es cubierta por un abrigo que se adivina costosísimo y de lujo. Hoy (y el director parece saberlo muy bien), sería condenado el uso de esta prenda, y su dueña perseguida por cuanta ONG naturalista que ande por ahí. Sin darnos cuenta, nos han metido en el eje central de la problemática que “Castores, la invasión del fin del mundo” intenta mostrar.
En 1943, el entonces secretario de desarrollo y acción social Juan Domingo Perón designa a Fidel Anadon como Director Marítimo de Tierra del Fuego, que por entonces tenía sólo 2.000 habitantes. Éste vio en la industria peletera una buena veta comercial y ordenó, a través de un cazador en Canadá, la compra de 20 castores para instalarlos, criarlos, y luego usarlos como materia prima de los peleteros que venderían las costosísimas prendas. No hubo nunca un estudio de impacto ambiental, ni tampoco una erradicación del animal al comprobar que la idea fue comercialmente un fracaso. Más de 60 años después, hay más castores que personas en la zona, los que provocan una tremenda depredación de los bosques que se convierten en verdaderos cementerios de árboles.
Esta realización tiene un gran acierto al multiplicar y mostrar las diversas aristas que convergen hacia el mismo punto de conflicto, así los fundamentos de ambientalistas, protectores de animales, peleteros, cazadores, cocineros e historiadores son tenidos en cuenta y suman posiciones frente a esta verdadera plaga, dotando a la película de posiciones tan justificadas como enfrentadas. Como todo en todo buen documental, los directores Pablo Chehebar y Nicolás Iacouzzi no intentan dar respuestas, sino instalar las preguntas y la certeza de que hay que hacer algo al respecto.
Más allá del buen equilibrio del material de archivo, entrevistas, y hasta una pieza de animación que remite a aquellos cuentos de hadas fracturados y el Show de Rocky y Bullwinkle de los ‘60, hay un notable despliegue de tomas exteriores favorecidas por la fotografía de Alan Badan, y la efectiva banda sonora de Thomas Leonhardt. Todo para entregar uno de los destacados documentales nacionales del 2015.