Fallida adaptación del musical de Andrew Lloyd Webber que apuesta a los efectos especiales para brindar una nueva versión que tiene muy poco de cinematográfica y nada de original.
Un habitué de las nominaciones y los premios Oscar, el director de EL DISCURSO DEL REY, LA CHICA DANESA y LOS MISERABLES probablemente este año deba sentarse a verla por televisión. Preferentemente con su gato. O con sus varios gatos. Su intento de adaptar al cine el exitoso musical creado por Andrew Lloyd Webber, que fue un éxito de público durante décadas en teatros de todo el mundo, terminó convertido en algo así como el hazmerreír de la temporada de premios, esa típica película cuyos flojos resultados (artísticos y, en este caso, también económicos) dejan en claro el absurdo que rodea buena parte de esa lucha por el supuesto prestigio que otorgan los Oscars.
Ahora bien, es cierto que desde que se conoció que se iba a llevar al cine con actores –con las dificultades específicas que eso conlleva y siendo tanto más evidente que una versión animada tenía muchas más posibilidades de funcionar– y, más aún, cuando apareció el primer trailer online, CATS se convirtió en un chiste fácil de las redes sociales. Sí, es innegable que ver a actores del nivel de Judi Dench, Ian McKellen o Idris Elba digitalmente convertidos en una suerte de «antropogatos» atravesaba la barrera del ridículo de inmediato. Y algo similar pasaba con el diseño visual, los efectos, las proporciones, todo. Y de ahí en adelante casi que CATS estaba condenada a fracasar.
A la vez, la expectativa de ver algo terriblemente malo puede haber jugado un efecto inverso cuando cualquiera que haya seguido más o menos de cerca la masacre online de la película se acerca a verla. No, CATS no es una buena película: no logra en ningún momento superar la barrera de lo tolerable, muchas de las criaturas son risibles, muchos de los escenarios tienen un diseño espantoso y la historia sigue siendo tan poco interesante como lo fue siempre en el musical. Pero también es cierto que, salvo en algunos momentos específicos, no es el desastre mayúsculo del que todos hablaban. Esa una película fallida, mediocre, tediosa, con problemas de todo tipo, pero no es la única, ni la última, ni la peor. Es, apenas, lo que uno podía imaginarse al enterarse que los «Jellicats» de Broadway iban a convertirse en personajes cinematográficos. Una mala idea.
La historia, con algunas diferencias de protagonismo, de género, algún agregado «dramático» y una canción nueva, es básicamente la misma del musical y se centra en esta especie de competencia musical entre gatos callejeros londinenses que premia al ganador con un viaje hacia algo así como «el Paraíso de los Gatos». Como en LOS MISERABLES, Hooper mantiene la idea de que el musical sea cantado prácticamente de punta a punta pero, por suerte, a diferencia de esa película, las canciones no están cantadas en vivo, no se opta por el realismo y la mayoría de los intérpretes son profesionales. Con un Londres medio animado y medio digital de fondo (aunque la mayoría de la película transcurre en el abandonado teatro The Egyptian y aledaños), los actores digitalmente transformados en eso que ven en las fotos hacen, básicamente, lo que la mínima trama les permite: presentarse a sí mismos musicalmente. Y muy poco más.
Así pasan la recién llegada Victoria (la bailarina debutante en cine Francesca Hayward), el mago Mr. Mistoffelees (Laurie Davidson), la líder Old Deuteronomy (Judi Dench, en un rol que en el musical es masculino), el villano Macavity (Idris Elba), la supuestamente graciosa Jennyanydots (Rebel Wilson), el omnipresente Rum Tum Tugger (Jason Derulo), la complicada Grizabella (Jennifer Hudson), el veterano Gus (Ian McKellen) y, en otros roles seguramente claves para los fans del musical de Webber, James Corden, Ray Winstone y la mismísima Taylor Swift, en lo que es casi una aparición especial. La tienen mejor los actores menos conocidos (como la protagonista, por ejemplo), ya que por momentos resulta bastante risible ver caras famosas «pegadas» a esos extraños cuerpos digitales.
Es cierto que después de un tiempo de acomodar la vista y las expectativas, el shock se supera (bueno, el número que hace Rebel Wilson con cucarachas y ratones no se supera nunca) y uno se acostumbra. El problema es que lo que queda tampoco genera demasiado entusiasmo. Es un musical que, en mi opinión, tiene varios problemas serios que exceden la adaptación. Salvo tres canciones («Jellicle Songs», «Mr. Mistoffelees» y la archiconocida «Memory»), las demás son poco memorables. Además, en el estilo «corte y confección» de Hooper, que usa un formato de edición veloz para que seguramente no nos detengamos en los problemas de la gatificación digital de las criaturas, poco es lo que se puede apreciar de las supuestamente célebres coreografías.
Tampoco las letras, basadas en los poemas para niños de T.S. Eliot de la década del ’30, llenas de juegos de palabras con los usos, costumbres, nombres y tipos gatunos, han sobrevivido del todo bien al paso del tiempo y de los formatos. A eso hay que sumarle que el subtitulado local –tomado de una adaptación previa de los textos– se «emperra» (perdón) en dar vuelta las letras originales para conservar las rimas y hasta aportar algún símil local, como una referencia al Teatro Colón que no está en el original (sí, hay una mención a Argentina, pero es en otra canción y contexto) y otras poco felices modificaciones.
Viendo la película uno por momentos puede tener la sensación de que podría haber sido una más entretenida experiencia si directamente apostaban por el absurdo más absurdo, jugándose el todo por el todo hacia un tipo de registro over the top a lo Ken Russell, o por algo que termine siendo bueno por lo excesivamente ridículo. Pero no lo han hecho y, así como está, CATS peca por ser un poco morosa, un poco ridícula, bastante auto-indulgente y, francamente, del todo incomprensible como experiencia. Sobre el final, es cierto, Hooper y su «catsing» (oops!) consiguen algunos momentos que funcionan un tanto mejor (convengamos también que dos de las mejores canciones están ahí) y hasta pueden emocionar a los que vieron el musical en Broadway o en Buenos Aires. Pero es difícil que esa emoción se traslade a los neófitos, los que se pasarán gran parte de la película tratando de entender a quién le pareció bien llevar al cine un musical así. O a los niños, que seguramente se harán preguntas sobre el mundo animal un poco más complicadas de contestar.