Tenía razón Ricky Gervais cuando, en su monólogo de apertura de la reciente entrega de los premios Globos de Oro, dijo que Cats era “lo peor que le había pasado a los gatos desde que nacieron los perros”. La flamante adaptación cinematográfica del musical de Broadway compuesto por Andrew Lloyd Weber es una de las películas más involuntariamente risibles de los últimos tiempos, a la vez que el fracaso comercial y de crítica más justificado del año que se fue.
La película del sobrevalorado Tom Hopper parte de un error insalvable: apostar por el realismo para una historia de felinos cantantes, cubiertos aquí de pieles creadas mediante la captura digital de los movimientos de baile de los actores. Imposible entrar en la lógica de un relato musical concebido desde el artificio más puro (¡gatos cantando!) en ese contexto, más aun si están interpretados por rostros conocidos como Jennifer Hudson, Taylor Swift, James Corden, Rebel Wilson, Idris Elba y los veteranos Ian McKellen y Judi Dench.
La cuestión es aún peor si se tiene que los efectos especiales, en esa denodada búsqueda de realismo, convierten a su elenco en un grupo de criaturas entre aterradoras y ridículas, cuando no las dos. No por nada Universal mandó una “segunda versión” a las salas norteamericanas con efectos mejorados. El resultado, sin embargo, no cambia demasiado.
Frente a todo este panorama, la dirección de Tom Hopper es un pecado menor. El responsable de El discurso del rey, La chica danesa y Los miserables hace lo puede con una materia prima imposible, que incluye escenas de cucarachas con facciones humanas bailando y cantando. Los momentos bochornos son innumerables, pero aquí se destacan dos: la presentación del personaje de Ian McKellen tomando agua de un plato con la lengüita y las apariciones de Dench recostada sobre un canasto y cubierta con un tapado de piel (su trabajo también merecía la sorna de Gervais en los Globos de Oro).
A favor de Cats solo puede decirse que su repertorio musical es infalible (imposible no salir silbando Memory) aun cuando los subtítulos cambien referencias y sentido de las letras para hacerlas rimar. Y también, lo mejor de lo mejor, que dura menos de dos horas. Siempre puede ser peor.