Llega la versión cinematográfica del exitoso musical Cats dirigida por Tom Hooper (El discurso del rey, Los miserables).
Nunca entendí a qué se debía el éxito de Cats. Quizá la base de los poemas de T. S. Eliot le sumaban el touch intelectual al show. O el nonsense inglés le agregaba el absurdo que requería esta historia de gatos. Lo cierto es que Andrew Lloyd Webber y Trevor Nunn se convirtieron en los hacedores de una obra que batió récords de permanencia en los escenarios y se montó en todas las capitales del espectáculo del mundo (incluida Buenos Aires, aunque aquí no gozó de tanta popularidad).
Por lo tanto la traslación cinematográfica era de esperarse. Estamos en la víspera del “día Jelical” donde varios gatos competirán por ganar la ascensión al cielo eterno (Heaviside Layer) y conseguir una nueva vida a partir de ser elegido por el viejo Deuteronomy (o Gatusalem), en este caso en versión femenina.
Si el traspaso de teatro a cine siempre es complicado de resolver satisfactoriamente, en este caso es directamente un fracaso de proporciones épicas. Todas las decisiones tomadas son desacertadas. Las coreografías (uno de los puntos más fuertes de este musical) se muestran mal y se ven peor. Sumado a lo difícil que resulta “mostrar” la danza, resolverlo a partir de la sumatoria y montaje de planos cortos hace que no se pueda apreciar el conjunto ni las individualidades y cuando se muestra el todo, en planos abiertos, tampoco se luce.
En lugar de sostener la magia de unos cuerpos humanos simulando con destreza y agilidad el movimiento gatuno, se decide apostar por los efectos de CGI que, en su mayoría, son excesivos y poco creíbles y vuelven ridículos a los actores. Por más nombres que ofrezca el elenco (Dench -estirando una pata recostada en un canasto-, McKellen -¡ay esa aparición lamiendo de un plato!-, Hudson -que se lo pasa moqueando todo Memory-, Elba, etc.) nadie logra salir airoso. O quizá, un poquito, Swift.
La escenografía se ve fea, sin gracia, la fotografía saturada en colores o por momentos hasta algo opaca y apagada, y la resolución de algunos cuadros musicales son directamente risibles (el de los ratones y cucarachas es sublime, aunque hay varios). La intención de dar dimensionalidad al mundo humano habitado por gatos va y viene entre muebles inmensos y un teatro a tamaño “natural” de los felinos. Si tenemos en cuenta que son gatos hablando y cantando, cualquier intento de verosímil es innecesario, la gracia es construir un mundo nuevo y no salir del escenario teatral a una vía de tren supuestamente real.
Por si todo esto no fuera suficiente, la traducción es un bochorno. El nonsense sajón, al que hacíamos referencia al comienzo, se pierde en su traslación a otros idiomas y la decisión de respetar la rima o el sentido es una decisión a tomar y a la que hay que sostener a rajatabla sabiendo que siempre se pierde algo al elegir. Se decide por lo primero y entonces lo que se canta no es lo que leemos en los subtítulos, al punto de agregar alguna referencia local innecesaria (lo del Teatro Colón por ejemplo) o de inventar palabras que directamente no existen en nuestro idioma y que no son fruto de una búsqueda intencional.
Cats es la demostración de la especificidad de cada arte y la incapacidad de Hooper, el director, de recrear un mundo propio. Un derroche de mal gusto que ni siquiera logra hacernos reír a carcajadas a pesar de sus fallas evidentes.