Redford demuestra que es un cineasta en forma
La tarea cinematográfica de Robert Redford continúa, incansable. Repartido entre películas que confían en su rostro y cualidades como vehículos de atracción -aspectos que con sus 77 años siguen vigentes, y que lo llevan, como ejemplo, a ser uno de los agentes SHIELD que el Capitán América conocerá en su próxima película-, a la par de sus proyectos personales, que abarcan la realización continua de largometrajes y la presidencia del Sundance Institute.
Su anterior título -El conspirador (2010)- abordaba, a partir del asesinato de Lincoln, la injusticia sobrellevada sobre Mary Surratt, dueña de la pensión donde John Wilkes Booth y amigos se hospedaran. El detenimiento en un hecho nodal para Estados Unidos, pero desde el margen, hizo del film una película maldita, más aún desde el desembarco megalómano, políticamente correcto, que supuso el posterior Lincoln (2012) de Spielberg.
Desde una línea similar, Causas y consecuencias centra su mirar en otro episodio significativo, que tuvo como protagonista a los "Weather Underground", grupo activista, de proceder terrorista, que tuvo como escenario la década del '70. El guión elige el tiempo presente -desde su entrega a la policía de una de sus integrantes- para adentrarse en el recuerdo casi remoto de lo que fue, de lo que sucedió, para de alguna manera -y como tanto cine negro enseñó- devolver lo sucedido a lo que ahora toca.
Redford interpreta aquí a un abogado obligado a escapar: literal y alegóricamente, porque el viaje en el tiempo comienza junto con la búsqueda de los viejos compañeros de tareas, repartidos ahora entre actividades diferentes. El cometido tendrá vínculo completo en un fantasma final, aquél que de a poco corporiza mientras la mayoría prefiere eludir los recuerdos. Para llegar allí -es decir, a la extraordinaria Julie Christie- primero habrá de suceder un reparto también brillante: Susan Sarandon, Nick Nolte, Richard Jenkins, Chris Cooper, Stanley Tucci, Sam Elliott; lo que equivale a pensar en la adhesión que todos -también Shia LaBeouf, claro- profesan por lo que en el film se expone.
En este sentido, y más allá de la sencillez de la trama, lo que mejor importa es la utilización de palabras, situaciones, nombres, que adquieren una mirada divergente. El terrorismo es aludido y no hay personaje que no sea norteamericano. Las invocaciones "malditas" que significan Karl Marx o Frantz Fanon son dichas, a viva voz y en un aula, como si fuese un mantra raído. (A propósito, ¿cuál fue la última película norteamericana en aceptar, por lo menos, la existencia de personas como Marx o Fanon?).
Más un desenlace que es también vínculo generacional, de necesidad urgente, que requiere del pensamiento sobre lo sucedido para la reflexión y accionar de quienes seguirán. Todo esto desde el juego supuesto por el género, por el suspense, por la persecución, por un rompecabezas policial con enigma que resolver. Redford, qué bien, sigue en plena forma.