Hermosos perdedores
El más reciente trabajo del portugués Pedro Costa llega a la Sala Lugones en 19 únicas funciones y constituye uno de los hitos cinéfilos del año.
Tiene por momentos algo de la veta documentalista que afloraba en No Quarto da Vanda cuando se mostraba la vida de los inmigrantes caboverdeanos en Fontainhas. Tiene una exquisita secuencia musical que recuerda a Ne change rien. Tiene una larga escena que parece una variación de su corto Sweet Exorcism para el tríptico Centro Histórico. Y tiene, por supuesto, al gran Ventura como protagonista, por lo que bien podría ser analizada como una reversión/continuación de Juventude em Marcha.
Sí, Cavalo Dinhero es una suerte de "Grandes Exitos" de la carrera del notable director portugués, pero eso no significa que haya caído en el mero reciclaje, que haya perdido su capacidad creativa. En su nuevo trabajo, Costa construye uno por uno (en su mayoría fijos, pero también algunos con virtuosos movimiento de cámara) varios de los planos más hermosos, fascinantes, embriagadores del año cinematográfico. Uno ve toda la información, todo el trabajo, todos los matices visuales y expresivos que hay en cada una de esas imágenes y siente que está ante un director de dimensiones especiales.
El film va y viene en el tiempo (de la Revolución de los Claveles de 1974 a la actualidad) sin demasiada justificación (ni preocupación por encontrar coherencia), aborda elementos históricos, pero también la dura existencia de los nacidos en Cabo Verde, y tiene en el centro de la escena a la figura errante, decadente, ya bastante enferma de Ventura, que se pasa buena parte de la película dentro de un sórdido y semivacío hospital, pero que también se pierde por el bosque mientras sus amigos del barrio lo buscan.
Con sus manos temblorosas, pero su mirada aún intensa, Ventura se enfrenta a sus fantasmas personales y a su decadencia física y mental. Costa le construye su película-homenaje, su oda final, su elegía definitiva. Melancólica y poética, Cavalo Dinheiro -con sus pocos diálogos más susurrados que dichos- se basa, sobre todo, en la poderosa sugerencia, en el poder evocador de sus imágenes y regala un puñado de canciones que, en verdad, son lamentos sobre los marginales de Portugal, lo que es decir los marginales de un país marginal de Europa. Una merecida reivindicación artística de los perdedores del sistema.