La épica y el tedio
En 1928 la revista Weird Tales publicó el primer número de Salomon Kane creado por Robert E. Howard. Más de 80 años después, y ante la evidente falta de originalidad dentro de la industria, Hollywood lanza su versión cinematográfica aprovechando el boom de la cultura cómic dentro del cine actual. El resultado es un aburrido cóctel de tiroteos y luchas de espadas que tan solo pretende hacer caja en taquilla.
La película arranca con la presentación de Kane (James Purefoy), un capitán de formas poco ortodoxas que prefiere solucionar los problemas por la vía rápida (aunque esto conlleve acciones inmorales), en un enfrentamiento con el demonio. Tras esta escena, y apoyado por una elipsis paupérrima, volvemos a ver al héroe en un convento, lo que nos lleva a interpretar que, tras su lucha física contra el mal, está arrepentido de todos sus pecados y ha dejado para siempre las armas. Sin embargo, el guión no explica con claridad las motivaciones del personaje ni tampoco describe con certeza las razones por las que los clérigos le expulsan del convento. Simplemente podemos intuir la lectura de la que el guionista pretende hacerse eco: la necesidad de afrontar nuestros propios miedos exponiéndonos a la vida con valentía.
Así pues, Kane emprende un camino de redención que le llevará al encuentro de diversos personajes. Entre ellos, y el más importante, el de Meredith (Rachel Hood-Wood), la hija de un campesino con la que establecerá una relación que el cineasta se esfuerza en remarcar para que cobre sentido el primer gran giro en la historia: el rapto de la chica a cargo de un enviado del demonio. Un tópico leiv motiv que provocará la vuelta de Kane a las armas y que situará el rescate de la joven como epicentro de la trama.
Pero si el guión se presenta simplón y deslavazado, la realización no ayuda en absoluto a aligerar una película que, a pesar de durar alrededor de la hora y media, termina haciéndose eterna. Y es que el director británico parece no comprender que una secuencia y un plano tienen su propio ‘tempo’ y se les debe dejar fluir. El autor disecciona cada bloque narrativo en diversos planos que no aportan demasiado, ralentizan el tiempo y no permiten un lenguaje fluido. Esto es especialmente palpable (y preocupante) en las múltiples y cansinas escenas de acción que, por otra parte, son hipertrofiadas a través de innecesarias cámaras lentas, algún inoportuno ralentí y una machacona y repetitiva música.
Es pues, Cazador de demonios (Salomón Kane, 2009), una película para los amantes del Blockbuster que busquen la ligereza en las tramas y renieguen de una elaborada puesta en escena. Algo que tampoco garantiza que no se vayan a aburrir.