Un héroe dual
Filme de aventuras, con un guerrero feroz devenido puritano.
El secreto para disfrutar de Cazador de demonios es no esperar de la película -un filme de aventuras, brujerías y algunos dilemas ético/religiosos- más de lo que la película ofrece. La historia, basada en Solomon Kane , vieja historieta de Robert E. Howard, autor de Conan , se centra en un héroe brutal (interpretado por James Purefoy) que, en 1600, defiende al imperio británico en medio de un mundo presentado como salvaje, siniestro, ajeno a cualquier precepto moral: con nula civilización y abundante barbarie.
En una de las primeras secuencias, en medio de un fragoroso combate contra las fuerzas del Mal, Kane, guerrero impiadoso, les grita a sus soldados: “No teman. Acá el único demonio soy yo”. Más tarde quedará frente a un representante del diablo, quien le avisará que viene por su alma, cargada de muertos y culpas. Un año después, veremos a Kane volcado a la religión... pero las circunstancias lo obligarán a (volver a) matar; incluso a hacer una ampliación del campo de batalla.
Y así tenemos una historia -que transcurre en un universo sórdido, con personajes que oscilan entre lo oscuro y lo tétrico- centrada en un protagonista que carga contradicciones y dualidades morales: no sólo presentes sino pasadas. Estas últimas irán siendo develadas a través de flashbacks, en los que se destacará la breve aunque vital aparición del mítico Max von Sydow, como padre de Solomon.
Von Sydow no es la única estrella del fime. También aparece Pete Postlethwaite, en el papel de un puritano padre de familia que, atacado por saqueadores diabólicos (que responden a Malachi, encarnado por Jason Flemyng), termina rogándole a Solomon que vuelva a imponer la “justicia” de su espada. Los mandatos paternos y divinos atraviesan este filme, aunque sería erróneo analizar a Cazador..., de Michael Bassett, desde este prisma, ya que la película se postula como una mera historia de acción en tiempos antiguos. Un tema bastante trillado y vigente en el cine.
Esta travesía beligerante propone, en definitiva, un modesto entretenimiento, más cercano al cómic ominoso que a una superproducción pretenciosa. Con final previsible, moraleja, y, claro, la promesa de continuidad en saga.