Crepúsculo volvé, te perdonamos
Voy a empezar con una frase que el lector encontrará poco analítica, pero contundente: hacía tiempo que no me aburría tanto en una sala. No es que esperara de Harald Zwart una obra maestra del cine fantástico y de aventuras, pero el director holandés venía de hacer un producto digno y llevadero como la remake de Karate Kid. Aquí, nos “regala” un mamotreto fílmico al que le caben bien términos devastadores como “bodrio” o “bodoque”.
La idea, claro, es buscar una nueva franquicia a-la-Crepúsculo con una joven protagonista de Nueva York que termina inmersa en un universo de demonios, hombres lobo, vampiros, ángeles y hadas (y con romance asegurado, por supuesto). Pero, por lo visto en esta primera entrega basada en el original literario de Cassandra Clare (son tres partes y la segunda ya está en marcha también bajo las órdenes de Zwart), el viaje -sobre todo para el espectador- será largo y tortuoso.
Clary Fray (Lily Collins), una adolescente con los conflictos de… toda adolescente, descubre que su madre (Lena Headey) y, por supuesto, ella también son descendientes de los Cazadores de Sombras del título, un grupo secreto de guerreros encargado de proteger al mundo de los demonios. Y, sí, deberá sumergirse en el submundo de las tinieblas y luchar contra las fuerzas oscuras (y, de paso, enamorarse de un chico andrógino interpretado por el inexpresivo Jamie Campbell Bower).
Collins -que venía de interpretar a Blancanieves en Espejito, espejito- hace lo que puede (que no es mucho) por dotar de algo de carnadura e interés a su heroína. Es que estamos ante una acumulación casi infinita (o así parece) de capas, subtramas y vueltas de tuerca, una más solemne, inverosímil, retorcida y absurda que la anterior.
Hay algunos elementos visuales (CGI, vestuario, dirección de arte) que concitan un mínimo, efímero interés, pero tanto la narración como los personajes son tan chatos que esos hallazgos formales se ven rápidamente sepultados y lo que subyace en la superficie es una sensación de sopor que convierten a los ¡130 minutos! en una experiencia más agotadora que correr una maratón en pleno verano.