Se podría decir que en términos de producciones fílmicas para adolescentes los postulados de las Leyes de Murphy funcionan a la perfección, sobre todo ese que reza “nada es tan malo para que no pueda empeorar”
Habiendo quedado muy próximo al olvido la insoportable saga estupidizante y mal escrita como fue Harry Potter, y habiendo sido ayudada a que el recuerdo se sostenga y se la termine revalorizando injustificadamente, claro está, por la llegada, y gracias a Dios ya finalizada, serie de celuloide desperdiciado que fueron las cinco, llamémosle películas, producidas bajo la franquicia llamada “Crepúsculo”. Ahora, habiendo quedado desierto el espacio para idiotizar a pre-adolescentes, y no tanto, nos atacan, nos invaden, ¿nos castigan?, con “Cazadores de sombras, Ciudad de hueso”.
Estas últimas, queda fuera “Harry Potter”, se podrían encuadrar en versiones burdas, si se quiere, de Romeo y Julieta, salvo que en todas la tragedia no se hace presente, si bien es un amor “casi” imposible, como lo demostró al final con “Amanecer, parte I y II” (2011 y 2012, respectivamente).
En esta traslación al cine de la primera de una trilogía escrita por Cassandra Clare - confieso no haber leído las novelas- , que ya llegan a seis, digamos que la película tampoco insita a que lo haga, ya que habiendo visto y sufrido durante 130 minutos semejante bodrio, alcanza y sobra.
Pero estamos frente a un claro ejemplo de lo que, allá por 1940, alertaba el escritor cubano Alejo Carpentier sobre los peligros de la influencia de la literatura sobre el cine, ya que se podría convertir en literatura específicamente realizada para ser filmada, disminuyendo la calidad literaria y al mismo tiempo bastardeando al cine en su condición de arte.
El relato se centra en Clary (Lily Collins), una jovencita que tarde descubre que su madre Jocelyn (Lena Headey) no es exactamente humana, pertenece en realidad a un submundo plagado de demonios, hombres lobo, vampiros, ángeles, hadas, y los cazadores de sombras del titulo, y por carácter transitivo también ella.
Conviven en esta primera parte las fantasías urbanas, iconos del terror, malos, buenos, los seres humanos y, obvio, no puede faltar el romance.
En el Pandemónium de una discoteca de moda de Nueva York Clary se subyuga por un seductor joven de pelo azul, hasta que se transforma en testigo de su muerte a manos de tres jóvenes, bastante andróginos, cubiertos de extraños tatuajes.
Desde ese momento esa noche será el principio de transformación de lo que ella creía sería su destino, y un cuestionarse el pasado. Nada de eso que se caía de maduro sucede, las cosas son así porque a alguien se le ocurrió que así fueran, llámela la madre de la “criatura”, o sea la novela. Para que se despliegue ese catalogo de lugares comunes, clisés, y miles de elementos ya vistos en infinidad de oportunidades, nuestra heroína se une a esos tres cazadores de sombras, guerreros dedicados a liberar a la tierra de demonios y, sobre todo, liderados por Jace (Jamie Campbell Bower), un chico con aspecto de ángel, seguidos por Simon (Robert Sheehan), el amigo humano incondicional de Clary.
La realización tiene como puntos fuertes lo estrictamente visual y sonoro, o sea el arte, el vestuario, la fotografía y el diseño de sonido, incluido el montaje, con estructura narrativa clásica, todo esto conjugado debería tener dividendos, pero no, es tan pobre la constitución de los personajes, su desarrollo, el conflicto burdo, lo que la torna previsible y aburrida. En cuanto las actuaciones, estas tampoco ayudan, el joven Jamie debería pensar seriamente en retomar sus clases de canto, tiene, y acá lo demuestra, menos ductilidad actoral que un rinoceronte. En tanto la joven Lily Collins hace lo que puede con lo que le tocó en suerte, y el resto del elenco transita por delante de la cámara, igual que Jamie, lo que podría dar a inferir que todo es parte de un plan trazado por el director, quien parece no haber podido encontrar ni la tangente, ni la vuelta.