Una película del demonio
¿Se acuerdan de Los seis signos de la luz? ¿Se acuerdan de La brújula dorada? Bueno, Cazadores de sombras: ciudad de huesos es a la saga Crepúsculo lo que aquellas películas eran a la saga Harry Potter, un intento por continuar el suceso buscando un público similar y revolviendo en historias preexistentes que tengan un espectador cautivo. Bien, a Crepúsculo ya le salió un hijo fallido que fue Hermosas criaturas y pareciera que este absurdo descarado dirigido por Harald Zwart seguiría el mismo camino, aunque la promesa ya anunciada de una continuación en 2014 daría por tierra con nuestro deseo de un futuro similar al de brújulas, signos y criaturas.
El film es la adaptación de la primera de las novelas de Cassandra Clare, quien sigue el ejemplo brindado por J.K. Rowling en eso de abordar tradiciones fantásticas ya transitadas incorporándole un espíritu de época, con un aire de épica romántica adolescente. La salvedad en el caso de Rowling, es que lo suyo era tanto un latrocinio como una mostración de influencias literarias y terminaba construyendo un universo propio que terminaba creando literatura infantil original. Clare, al igual que Stephenie Meyer, lo que hacen es utilizar la literatura como plataforma de lanzamiento hacia el cine: sus historias son de antemano productos que sueñan con la pantalla grande, sus creaciones tienen más nexos con el lenguaje audiovisual que con las letras. Y esas ganas por ser pasión de multitudes le hacen perder originalidad y solidez: se sostienen a base de clichés sin gracia y cuentan con una solemnidad risible para hacer verosímil su propio mundo.
Hay pocas cosas que funcionan en Cazadores de sombras: ciudad de huesos, apenas su primera media hora en la que todo ocurre tan rápido que impide pensar y algunos momentos de un humor bastante brusco, que se parecen un poco al tono de la segunda película de Zwart -la comedia negra One night at McCool’s- y que nunca más se repitió en su discreta filmografía. De hecho, el humor es algo bastante problemático en el film: hay momentos deliberadamente graciosos (cierto personaje que se revela demonio), otros que aparecen inoportunamente para quebrar situaciones dramáticas, y otros que generan risa sin proponérselo (la relación de Bach con los cazadores de sombras, todas las secuencias románticas). Incluso la aparición de explícitos dientes de plástico para simular colmillos de hombres lobo son o bien una baratija de efecto especial o un homenaje a la clase B.
Es verdad que uno se pregunta por momentos si Zwart no se tomó esto a la chacota y filmó lo que filmó haciéndose cargo de: 1-una historia que cruza vampiros, hombres lobos, demonios, hadas y demás baratijas fantásticas, referencias homosexuales, estética trash, hemofilia sin ton ni son, ni coherencia; 2-un presupuesto que se nota menor, por lo que muchas veces tiene que usar el fuera de campo, encuadres cerrados o poca iluminación para no evidenciar la falta de efectos especiales o maquillaje; 3-un elenco desabrido a más no poder, donde Lily Collins vuelve a demostrar que lo suyo son las malas películas y donde hasta está mal el grande de Jared Harris. En fin, uno se va de la sala pensando si lo que vio fue en serio, resultó una tomadura de pelo o una burla kitsch incomprendida. Tal vez dentro de 30 años alguien la ponga en su lugar y sea celebrada como el encanto camp de comienzos de siglo.