¿Conocen la anécdota que hizo posible a Salem Lot, la novela de vampiros de Stephen King? El escritor terminaba de leer Drácula y le preguntó a su esposa Tabitha qué sucedería si el antiquísimo conde apareciese en Nueva York. La señora King dudó unos instantes y respondió: “Lo pisaría un taxi”. La conclusión que sacó Steve fue contundente: si vinieran vampiros buscarían sitios tranquis, casi inhóspitos.
La novelista Cassandra Clare se animó a lo que tantos han desechado, porque suena a imposible: hacer una novela bien fantasiosa en plena ciudad del Siglo XXI. El resultado es una obra acorde con los tiempos (estos donde las sagas fantástico-románticas están tan de moda), que trabaja y pule estéticas a fondo para que no termine todo en ridículo, aunque el verosímil siempre pende de un hilo.
Cazadores de sombras llega a la pantalla grande adaptada por Harald Zwart. El director de La pantera rosa II sale airoso del primer gran desafío que surge al llevar el lenguaje literario al cine: crear un universo de imágenes para las palabras que se suceden una tras otra en un libro. Con aire gótico, mucho cuero y maquillajes remarcados, el mundo de cazadores, licántropos, hadas y otras monstruosidades encuentra su lugar en la ciudad moderna, un lugar no demasiado original pero efectivo. La reconstrucción estética es el punto fuerte del film, a no dudarlo.
El punto débil tiene que ver con lo narrativo (segundo desafío al mudarse de un lenguaje artístico a otro). La historia es así: la normalita Claire (sabido es que las femme fatal pierden terreno día a día en Hollywood) vive en NYC con su madre, en una convivencia que no atraviesa el mejor de los momentos, cuando se entera que no es una chica corriente. En menos de un día se verá involucrada en una feroz batalla entre seres extraños y variados, entre quienes no falta el que anda tras ella, disputándole el lugar al amigo tímido que jamás le había confesado su amor.
El director Zwart elige un ritmo aceleradísimo y parejo para aquello que tiene que contar. Sin muchas pausas, con poca paciencia para desarrollar los personajes, el film se acomoda en la dudosa estructura de la elipsis constante: nuevas revelaciones abren sitio a nuevas escenas. La trama se define como una línea siempre hacia delante, episódica, sin crear entrecruzamiento ni circularidad (trama, precisamente) donde crezcan las historias: se “suman” las historias, no crecen. El problema de este tipo de estructura es siempre el mismo: resulta muy difícil establecer un lazo afectivo entre lo narrado y el espectador. Cuando las revelaciones se vayan a lo familiar (al fin y al cabo nada nuevo, Vader supo confesarle a Luke que era su padre) poco significarán: ¿Y a mí que me importa si apenas te conozco?
Quizás las novelas de Clare logren esa empatía; el arte de la novela tiene, obviamente, otros tiempos. Cuanto más nombres y sitios y giros suma Cazadores de sombras, más recuerda a los guitarristas virtuosos que se hacen solistas. Notas y notas y notas pero jamás sale la canción.
En pos de alzarse como la nueva saga adolescente, el film de Zwart, el primero de una serie de cinco títulos (¿serán?), por el momento sólo ha demostrado tener una carismática actriz (la simpática Lily Collins). Brilla por su ausencia la sensibilidad femenina de Crepúsculo (Stephenie Meyer compartió con S.King la idea del pueblito tranqui para la residencia de seres extraños; las marquesinas y los monstruos no hacen buen maridaje), o el cuestionamiento voraz de Los juegos del hambre. Más que brillar por ausencia, la ausencia es la que brilla. La ausencia de ideas; complicado punto de partida para cualquier emprendimiento.