Bach, el espanta-demonios
El fenómeno cinematográfico y editorial de las sagas de género fantástico para adolescentes y “adultos jóvenes” llegó para quedarse, al menos por un tiempo. La nueva serie en cuestión es la de “Cazadores de sombras”, una saga de seis libros, el último aún sin editar, en la que abundan muchas de las criaturas que aparecían en otras del rubro, aunque con variantes, claro.
Clary (Lily Collins) es una joven neoyorquina aparentemente normal, hasta que al acercarse su cumpleaños, comienza a obsesionarse con un extraño símbolo, y a ver cosas que nadie más ve. Su madre oculta un secreto relacionado con lo que le está ocurriendo, pero antes de que pueda decirle algo a su hija, es atacada en la casa donde viven, y desaparece.
Un misterioso, y por las dudas pintón, muchacho llamado Jace (Jamie Campbell Bower) la ayuda a escapar del demonio que quedó de guardia en su casa, y con él comenzarán a llegar las explicaciones sobre los extraños eventos que están sucediendo a su alrededor. Ocurre que ella es, como sus ancestros, una Cazadora de Sombras, históricos luchadores contra las fuerzas oscuras del universo. Entiéndase demonios, vampiros, y toda esa clase de criaturas. Sin embargo no todo es blanco y negro en el mundo sobrenatural tampoco, y los enemigos pueden estar en cualquier bando, algo que Clary aprende mientras intenta develar el misterio que le permita ayudar a su madre.
La trama está plagada de giros típicos del culebrón: secretos del pasado, mentiras sobre parentescos, y escenas románticas de creatividad tal que hacen dudar acerca de si lo que se está mirando es una película en el cine o una soap opera. Por otro lado están las obviedades excesivas: esa silenciosa vecina que cualquier espectador con tres películas en su haber infiere que “algo sabe”, los hombres lobos que incluso cuando no están convertidos son tan barbudos que lo parecen, y así sigue la lista, casi interminable.
También hay algunos guiños a “Los Cazafantasmas”, por ejemplo así como Bill Murray burlonamente tocaba dos teclas del piano para impresionar al personaje de Sigourney Weaver diciéndole que eso irritaba a los espíritus; en este caso, y con toda la seriedad, se plantea que determinada sinfonía de Bach (sí, Johann Sebastian) molesta a los demonios. Incluso el artilugio con el cual combaten a los demonios al final recuerda al aspirador de espectros que cargaban Aykroyd y compañía.
Un guión mediocre, actuaciones a la altura (las presencias de Jonathan Rhys Meyer y Jared Harris no resuelven esto), pero eso sí, jóvenes lindos, mucha acción y efectos especiales bien realizados. La fórmula por excelencia de este tipo de películas, que funcionan entre el público para el que fueron pensadas.