Cazafantasmas al ataque
Esto es un reboot, es decir un relanzamiento, como ya se hicieron varios (El Hombre Araña, Batman, Superman). No se trata de remakes, sino de volver a usar una marca. Este caso es extraño: hay muchas referencias a la película de 1984 y a la vez hay una actualización, con la presencia de Internet, y un cambio que genera una alarmante polémica: ahora quienes cazan fantasmas son cuatro mujeres. Esto ha motivado un masivo boicot previo en los EE.UU., un poco desde ese lugar nostálgico de "no toquen a los mitos venerables de los 80", y otro poco -o mucho- desde el oprobioso "las mujeres no deben hacer cosas de hombres", como protagonizar películas, como ser Cazafantasmas (es significativo que en la Argentina la película de 1984 fuera lanzada como Los cazafantasmas y ésta se llame Cazafantasmas). Más allá de patetismos cavernarios, aquí tenemos esta nueva película, 32 años después de la original y 27 años después de la secuela.
Y esta Cazafantasmas es una comedia liviana con mucho encanto, con dos de las mejores comediantes actuales, Melissa McCarthy y Kristen Wiig, enfrentándose a lo paranormal, con dirección de uno de los mejores especialistas en comedia de este siglo, Paul Feig (Damas en guerra, Chicas armadas y peligrosas, Spy). Y también un producto narrativamente tenue, con escasos climas: hay algo un poco inestable en las situaciones, que podrían tener incluso un ordenamiento temporal diferente y no sufrir en demasía. Si hay mayor fluidez en la línea argumental relacionada con el poder político es porque hay algún tipo de relación causal entre un suceso y otro, y los chistes encastran en una narrativa, son más lógicos, y lo mismo sucede con la aparición inicial en el museo Aldridge. En esos momentos la película adopta formas menos riesgosas, menos a la intemperie. En ocasiones Feig deja un poco solos a sus personajes, a merced de sus gestos, de su performance cómica, y en ese sentido hay desniveles en el cuarteto protagónico, porque Leslie Jones y Kate McKinnon tienen un nivel de intensidad cómica más televisivo que cinematográfico, más enfático que McCarthy y Wiig.
Hay menos gracia aquí que en Damas en guerra, menos cohesión, y la visita no del todo decidida al tono relajado de las comedias de Ivan Reitman de los 80 se queda a mitad de camino. De todos modos, aun con todos sus defectos y con las locaciones de Boston queriendo ser infructuosamente Nueva York, la cantidad de talento pasado y presente citado para la ocasión hace que la dimensión festiva se imponga a la dimensión fallida.