La demorada remake/secuela/reboot de Los Cazafantasmas pasó por diversos intentos de ver la luz hasta finalmente caer en el temido "developement hell" (algo así como el estadío en donde los estudios determinan que el film es ya un caso perdido). Ahí se mantuvo durante décadas, hasta que hace unos años la idea de una nueva adaptación retornó, con un concepto llamativo y premeditadamente controversial (pese a que, claro, no debiera serlo): la nueva generación de cazafantasmas ya no tendría por delante el artículo "los" sino "las". Cuatro mujeres procedentes de la "nueva comedia" de Hollywood serían las responsables de ponerse los trajes para devolver al más allá esas almas en pena que se niegan a subir hacia la luz.
En el lugar de Bill Murray, Dan Akroyd, Ernie Hudson y Harold Ramis (éste último fallecido antes de que se produjese éste nuevo capítulo), tenemos ahora a Melissa McCarthy, Kristen Wiig, Kate McKinnon y Leslie Jones al frente del excéntrico equipo. Y las diferencias, más allá de lo apenas anecdótico del cambio de sexo, son pocas: el grupo de expertos en lo paranormal se enfrenta a diversos fantasmas que amenazan con destruir la ciudad de Nueva York (que por cierto, se nota que no es Nueva York sino en verdad Boston), hasta que descubren que detrás del caos hay un resentido nerd que busca enviar al infierno -literalmente- a la ciudad entera.
En lo superficial, la nueva Cazafantasmas es un film apenas divertido, que naturalmente palidece en comparación con el original. Hay menos chistes que dan en el blanco (muchos, sin embargo, que impactan de lleno contra la pared), menos sorpresas e inclusive menos química entre los protagonistas (mientras que brillan Wiig y McCarthy y resulta apenas simpática Jones, McKinnon, en cambio, es sencillamente insoportable, culpa de un guión que en lugar de desarrollar su personaje la pone a hacer caras de Miley Cyrus sacando la lengua). Por otro lado, consciente del poder del marketing actual del fem power, el director Paul Feig busca hacer un political statement muy válido, que aún indigna a fanáticos y conservadores por igual. Rompe con éstos prejuicios, sí, pero hubiese sido mejor aún de lograrlo no desde lo meramente discursivo, sino desde la realización de una buena película.