Todo mal. Desde el inicio, Cementerio de animales explora la impaciencia, la ansiedad de un cine que parece estar destinado al peor de los diagnósticos posibles: la destrucción de la construcción. Tal vez haya estudios sobre ello, no lo sé. Si no los hay, probablemente descubrí algo y debería adelantarme y escribir un libro o algo así. Si por el contrario existen, debería limitarme solo a redactar esta crítica y punto. En fin, la idea de la destrucción de la construcción se le puede atribuir a todo film que parece no percatarse de su naturaleza cinematográfica, con sus costumbres rituales, sus formalidades estéticas y narrativas y finalmente su construcción. Negar la construcción en una película es como cantar desaforado que se odia la música. La construcción es pieza fundamental y vertebral en la concepción del cine, ya que sin ella una película no sería más que una sucesión de ideas entrelazadas de manera incongruente. Gracias a dicha construcción, una película goza de inquietantes momentos de suspenso, progresión dramática o, en la tradición del terror, generación de miedo en el espectador. La misma es ejercida por la temporalidad de los planos, su composición y acción, e ideas que bajo un crescendo fundamental y funcional terminan por dar una idea de construcción (perdón por la reiteración de la palabra), la cual toma forma aferrándose a dichos fundamentos.
De mucho de todo esto carece Cementerio de animales, film de terror sobre una familia asediada por una maldición que proviene del jardín trasero de su nueva casa, donde yace un cementerio de animales que trae a la vida todo aquello que está muerto y fue enterrado allí. Si será atrofiada esta nueva versión que ver al gatito errante y sigiloso por todos lados sin la intervención de efectos digitales tiene su encanto (lo siento Jason Clark, pero Church te pasa el trapo).
A diferencia de la versión de 1989, donde se hacía hincapié en una enorme tragedia familiar entre traumas de la infancia, pérdidas de seres queridos y la negación de la muerte, gozando de una enorme construcción gracias al buen uso de elementos básicos del cine clásico, en esta nueva lectura de la obra de Stephen King todo se sucede rápido, de manera abrupta, sin la intención de que el espectador note que los hechos se encadenan con naturalidad. Tal es el caso de la aparición del primer camión en el relato, cuyo ruido estruendoso nos alerta demasiado pronto que será de suma importancia. Salvo un par de cuestiones el guion es casi el mismo, por lo que hablar de su estructura narrativa es casi innecesario.
Lo único rescatable en Cementerio de animales es una suerte de paradoja autoconsciente. Hay al menos dos momentos en esta que se atreven a diferenciarse de la versión del 89. Uno es la tan famosa e impresionante escena donde Jud es atacado y el otro, aún más importante, el icónico accidente en la ruta con uno de los hijos de Louis. Esta versión parece querer jugar con el espectador, que de seguro espera una reiteración de los hechos y en vez de eso ocurre que los hechos son codificados bajo una suerte de evasión que hace parecer como si los personajes supieran la suerte que corren y, como viajeros del tiempo, intentaran cambiarlos aun cuando dichos sucesos terminan en fatídicos resultados. El resto es un soporífero y solemne rejunte de ideas que se acercan tanto al cine de terror actual, con sus tan repetitivos golpes de efecto, que al fin y al cabo maldicen el género bajo formulas superficiales a las que nadie parece interesar. Espero de corazón que esto cambie, por amor al cine de terror y a los viejos maestros que daban lección con cada obra. Dios Mío, cómo se los extraña.