Una remake muerta
Ya había asesinado a Psicosis (Psycho, 1998) plano por plano el sorpresivamente respetuoso Van Sant. Su Psicosis es como los dobles sufrientes de la recién estrenada Nosotros (Us, 2019); una cara con ojos pero sin mirada. Y después de esa marioneta triste pensábamos que ya está, que hay que trabajar con la habilidad de la apropiación, como hicieron tantos con sus remakes desde casi el comienzo del cine. Pero Kevin Kölsch y Dennis Widmyer caen durante casi toda su película en la trampa Van Sant; y se nota que laburan por encargo porque si no hubieran hecho algo más parecido a su Starry Eyes (2014), un brote mucho más encantador que la fotocopia quemada de Psicosis. En este caso, los directores desaprovechan doble material de base para deformar, el de Stephen King y el de Mary Lambert, y la libertad de hacer la reversión de una película que no forma parte de ningún canon y, por ende, no tener la presión de los paspados guardianes del género y los héroes, como podía pasar con Hitchcock o como pasó hace poco con Argento.
En los primeros actos, la historia sigue los pasos de la original con algún intercambio menor que no hace falta quemar. Tal como pasaba con la película del 89, hay reflexiones sobre la muerte, porque, en definitiva, toda la película es sobre la aceptación del final. En la original, el padre conversaba con su hija en una involuntariamente graciosa escena y le decía, mirando a su gato resucitado por el Cementerio de Mascotas, que para él después de la muerte volvíamos. En ésta, la charla se da también con la madre, representante tanto de la negación como de la fe, que se enoja con el padre (que aún no atravesó los eventos fantásticos) porque le dice a su hija que después de la muerte sólo queda el vacío. En realidad más que una postura atea, la del padre -médico- es la postura racional biologicista.
El rollo religioso, más específicamente cristiano, aparece en esta versión directamente a través de los diálogos; pero recordemos que la novela de King comienza con una cita del cuarto evangelio sobre la resurrección de Lázaro. Y explota, además, el mito pagano del Wendigo, espíritu maligno de los bosques del norte de Estados Unidos, presente también en la primera película pero recién mencionado explícitamente en esta versión. Seguramente lo mejor de esta remake algo soporífera -sobre todo para el que tiene presente la adaptación de 1989- es el desenlace. En el final -brutal- se concentra toda la reformulación que no está presente y se siente necesaria en el resto de la película.