La nueva adaptación de la novela clásica de terror de Stephen King, "Cementerio de animales", de Kevin Kölsch y Dennis Widmyer, sale airosa del doble desafío de ser comparada con la novela, y su anterior versión. ¿Vivimos en la era de los remakes?
A la clásica postura hollywoodense de subirse a un éxito asegurado, se le sumó, hace ya un par de temporadas, una oleada de reversiones de películas clásicas de género, en su mayoría terror, con la supuesta excusa de modernizar para las nuevas generaciones. La nueva versión de "Cementerio de animales" nace a la luz del éxito de "It" (2017); cumpliendo con todos los postulados.
Aferrarse a un triunfo ajeno; ser remake de una película de terror de hace treinta años; y la otra moda que vuelve, adaptar una novela de Stephen King (Quizás, la más conocida).
¿Los ’80 ya fueron? Ahora es tendencia hablar de los ’90 (fíjense "Capitana Marvel"), y en ese sentido, "Cementerio de animales", la película que todos recordamos, es de 1989, saludando a la nueva década y despidiendo a la otra. Difícil es la tarea de esta nueva versión. Hablamos no solo de una novela ícono del horror moderno, sino de una de las películas de terror mainstream más clásicas de la época.
¿Cómo hacerse un lugar? Kevin Kölsch y Dennis Widmyer vienen de dirigir la enigmática y personal Starry Eyes, que acá pudo verse en algún BAFICI. Cementerio de animales es claramente una película por encargo, de estudio; sin embargo, primer dato positivo, se las ingeniaron, para introducir aunque sea un mínimo de su impronta.
El resto, tratar de ser más fiel a la novela que el film anterior; aun realizando cambios trascendentales, pero manteniendo la misma atmósfera (algo que la de 1989 había modificado bastante); y respecto a la película jugar a un juego de espejos alterados. La familia Creed deja su hogar en Boston para mudarse a la rural localidad de Maine, en la típica casa rodeada de bosque, pero con una peculiaridad, viven al costado de una ruta transitada por camiones.
Louis (Jason Clarke) se instala como médico local, mientras que Rachel (Amy Seimetz) es quien parece encargarse del hogar, y de los hijos, Ellie (Jeté Laurence) de ocho años, y Gage (Hugo y Lucas Lavoie) aún un bebé sin escolarización. Ellie es la más inquieta del clan, tiene un gato, Church; y rápidamente conoce a su vecino Jud (John Lithgow), un hombre mayor, viudo, y amable, que de inmediato se hace amigo de la familia.
Pero algo hay en esa zona, Ellie observa a un grupo de chicos enmascarados que se adentran al bosque en un aparente ritual; Rachel comienza a revivir los recuerdos de su hermana Zelda fallecida en espantosas circunstancias; y Louis es acechado por pesadillas en las que es visitado por Victor Pascow (Obssa Ahmed) uno de sus primeros pacientes que llega a la sala de urgencias ensangrentado y desfigurado, para morir en sus brazos.
En realidad, aquella procesión que descubre Ellie, son los niños yendo a enterrar una macota al cementerio de animales del bosque, ubicado en un terreno que ahora es propiedad de los Creed. Cuando Church muere arrollado en la ruta, Jud le propone a Louis ir más allá, a la parte del bosque que no deben introducirse, enterrarlo, y así experimentar como el gato a la mañana siguiente regresa, evitando a Ellie afrontar la muerte.
Consecuentemente, comienza una ola de horror para los Creed. Kölsch y Widmyer introducen un clima pesado, oscuro, de temor permanente; algo que en el film de Mary Lambert no encontrábamos. Si la novela juega con descripciones y largas introducciones, en Cementerio de animales, casi no hay escenas en las que no esté sucediendo algo, aunque sea mínimo, pero que va pintando un cuadro atmosférico.
Quizá sea este el modo que los directores y los guionistas Matt Greenberg y Jeff Buhler hallaron para tratar de copiar aquel espacio descriptivo en el que mucho sucedía mientras no sucedía nada. Varios de los elementos de la novela que en la versión de 1989 fueron extirpados, ahora dicen presente, de un modo más sutil, implícito, o explícito, de acuerdo al peso que tengan la historia.
El film se propone copiar varias escenas clásicas que recordamos, y de un modo retorcido; allí cuando ya esperamos qué es lo que va a seguir, pega el volantazo y cambia el destino de las escenas, para que la película tenga otro contenido. Esto es, quizás, lo más discutible de este versión 2019.
Se jugaron con varios cambios fundamentales, hechos que todos esperamos ver (y que una pésima campaña de trailers se encargó de adelantarnos que se cambiarían). A la larga, será cuestión de analizar cuál es la incidencia de estos cambios. Sí, son hechos diferentes a la novela y a la película anterior; pero funcionalmente, le permiten dar más lógica y atmósfera cercana a la propuesta de la novela, que lo que hacía aquella película.
Para dar dos ejemplos sin spoilerar, Zelda y Victor tienen ahora algo más de sentido de lo que tuvieron en el film de Lambert. "Cementerio de animales" (1989 ) es un clásico, una gran película, con momentos inolvidables. Querer imitarla es imposible porque nunca se podría trazar un camino que ya fue hecho. 2019 modifica las circunstancias para hacernos recordar, homenajear, pero crear algo que nos haga sentir la pesadumbre, incomodidad, y magnetismo de la novela.
Esta nueva película tiene un clima turbio y nocturno más similar a "Cementerio de animales II", también bastante discutida en su momento. A diferencia de It 2017, esta Cementerio de animales parece tener un espíritu menos moderno, y ser más fiel a la época dorada de las adaptaciones de King, los fines de los ’80 y los ’90.
Es un film modesto en cuanto al terror, con buenos jump scares y sacudidas, pero en el que la sangre no es la de un festín gore. Jason Clarke continúa siendo uno de los actores más inexpresivos de la actualidad; el resto del elenco, especialmente John Lithgow y Jeté Laurence, lucen mucho más convincentes.
De hecho, Jud y Rachel son mejores personajes que en su anterior versión para cine. "Cementerio de animales" no pretende revolucionar el género, ni convertirse en un clásico que le haga sombra al film de 1989. Es un film con buenos momentos; una atmósfera lograda; y algunos cambios discutibles, pero funcionales. Nada mal para algo que nace a la luz de aprovecharse de una moda.