Con disculpas a los fanáticos de la película de 1989: treinta años más tarde, esta Cementerio de animales es superior a la original. Que contaba con guion -y hasta un cameo- del propio Stephen King y marcó un hito en la educación terrorífica de una generación, pero no envejeció bien y dejó la vara baja. ¿Que fue filmada al calor del éxito de It? Seguro, pero el oportunismo no quita que la película de la dupla Kölsch-Widmyer sea otra excepción a la regla de que toda remake es inferior a la original.
La historia es la misma, con un planteo inicial clásico del género: una familia tipo se muda a una casa en las afueras en busca de tranquilidad, pero encuentra lo contrario. Aunque aquí las calamidades no provienen de la casa en sí, sino de un cementerio indio que no está muy lejos de la propiedad. De cualquier modo, el primer monstruo que hay a la vista es uno que nos acecha a todos: el tránsito.
Sin grandes lucimientos, las actuaciones son mejores que las de la primera (sólo puede extrañarse a Fred Gwynne como el vecino misterioso) y desde ya que los efectos especiales también son más eficaces. Hay que celebrar que la historia haya perdido sus pinceladas humorísticas -ya fueran voluntarias o no-, porque ganó en peso dramático. Hay algunos cambios que tal vez indignen a los nostálgicos, pero que le dan más lógica interna a la trama. (Y que, dicho sea de paso, recibieron la bendición de King, aunque éste no es un dato decisivo: recordemos que el escritor desaprobó El resplandor de Kubrick).
El fondo de la cuestión continúa inalterable: la tragedia se desencadena por la imposibilidad de elaborar un duelo, de aceptar la muerte. Hasta nombrarla es una contrariedad: no se la puede afrontar ni siquiera verbalmente. “Decile cualquier cosa menos que está muerto”, le pide Rachel a su marido, Louis, cuando discuten sobre cómo comunicarle a su hija el abrupto final de su gato Church.
La moraleja es: evitar la verdad puede acarrear desgracias. “A veces la muerte es mejor”, concluye uno de los personajes, una frase que extiende su sentido mucho más allá del deseo de revivir a los que ya no están.