Una familia integrada por el Dr Louis Creed (Jason Clarke), mamá Rachel (Amy Seimetz) la niña Ellie (Jeté Laurence) y el hermano menor Gage (Hugo Lavoie) y su gato Church se mudan a una casa en una zona rural al borde de una ruta sin señalizar por la cual pasan camiones a toda velocidad todo el tiempo. El nuevo hogar es un terreno enorme cuyo extenso patio trasero da a un pequeño y antiguo cementerio de animales, más allá del mismo, atravesando una enorme valla de ramas y árboles hay otro lugar misterioso, peligroso y poco recomendable. La premonición de lo inevitable comienza cuando en su primer día en el colegio Louis debe atender a Victor Pascow (Obssa Ahmed) (un chico con medio cerebro a la vista que justamente fue atropellado en la ruta. Este fantasma irá advirtiéndole que no debe ir a enterrar nada en ese lugar que mencionábamos antes. Algo parecido dice Jud (John Litgow) pero sin embargo van a enterrar al gato allí cuando este también es arrollado. El gato vuelve medio putrefacto y maullador, pero claro, ya no es el mismo. ES una versión malograda de la mascota y bastante diabólica. De ahí en adelante se desencadenarán otros hechos peores.
Cementerio de animales, el libro y sus adaptaciones, hablan claramente del miedo a la muerte, de la culpa que provoca y de la imposibilidad de lidiar con el dolor que esta provoca cuando se lleva a seres queridos. Lo hacía a fuerza de construir un vínculo muy fuerte de amor familiar para luego poder ir destruyéndolo lenta e inevitablemente. Son odiosas las comparaciones, aunque tampoco se pueden evadir. Pero centrémonos sólo en este estreno por ahora.
La dirección de Kevin Kölsch y Dennis Widmyer con guión de Kevin Kölsch y Dennis Widmyer tiene unos muy buenos cuarenta minutos iniciales, trabajando sobre el personaje del marido de manera marcadamente superior. Sobre el cae el peso de la (i) responsabilidad de los hechos que se suceden, tanto externos como internos, al igual que ocurría con Jack Torrance en El Resplandor y en varios relatos del mítico autor. El manejo y la dosificación de la información se ven no sólo bastante balanceadas sino con una buena dosis de tensión que por suerte no recurre a triquiñuelas de la banda sonora, aunque sí lo hace con el diseño de sonido cuando se trata de camiones pasando cerca. Un peligro latente y permanente. Pero luego, a medida que el relato avanza, no solamente va decayendo lo formal en cuanto a registro actoral, sino también la impronta de la trama que roza lo melodramático por no agregar algo sobreactuado. Es cierto que no pierde ritmo y los acontecimientos, por truculentos que sean se desencadenan coherentemente sin perder de vista el objetivo, pero en el último tercio el montaje es precipitado. Como si estuviesen apurados por terminarla o se hubiesen quitado minutos para llegar a la duración que pidieron los productores.
Respecto de la adaptación, hay un cambio inexplicable. Es Ellie quien muere en un accidente en lugar del nene más chico. No hay ninguna justificación para ello y si bien suma momentos de una joven actriz que prueba dos matices interesantes y contrapuestos, el peso dramático construido en el texto original por el vínculo entre padre e hijo queda completamente de lado. En general todos los vínculos están menos trabajados que en la versión de hace treinta años, razón por la cual la parte que corresponde a las comparaciones es inevitable. Todo el elenco, incluso los extras, sobrevive a esta nueva versión y sus trabajos son superiores incluyendo el gran trabajo que Fred Gwyne había hecho con su Jud (y eso que hablamos de John Litgow, nada menos). En todo caso pueden apreciarse mejor algunos efectos visuales en desmedro del diseño de arte y composición de encuadres que también funcionan mejor en la anterior. Ya que estamos (y sin desmerecer), la banda de sonido de Elliot Goldenthal era más diegética que la nueva de Christopher Young. De todos modos, la historia madre es poderosa en contenido con lo cual este estreno tiene calidad suficiente en su género como para no pasar desapercibido
Ha vuelto. Treinta años después, es como si algún productor hubiese llevado la versión de 1989 dirigida por Mary Lambert y guionada por el propio Stephen King, al mismo cementerio que resucita animales y gente. Vuelven, pero algo desmejorados.