Cementerio de Animales versión 2019 comienza con un tour hacia la casa donde sucederá, inevitablemente, un hecho horroroso. Música ominosa y una cámara que flota sobre un reguero de sangre resaltan lo que ya sabemos: estamos por presenciar un cuento que terminará en tragedia. Pero antes de mostrarnos qué pasó ahí adentro, la acción se corta, y vemos, ahora sí, el verdadero inicio de la película. Da la sensación que el montajista se olvidó el teaser trailer al comienzo del film, y nadie se dio cuenta.
Esta es la primera decisión errada de la película de Kevin Kölsch y Dennis Widmyer, que sin embargo pasará completamente desapercibida. No porque sea un capricho que no importe demasiado, sino porque posteriormente vendrán muchos más.
Sí, mucho se ha hablado de los cambios respecto de la novela (todos ellos spoileados en el trailer, aunque aquí trataremos de no seguir esa estúpida tendencia a mostrar más de lo que hacía falta), pero no necesariamente pasan por ahí los problemas. De hecho, bien articuladas, estas decisiones podrían haber derivado en una mirada original y fresca sobre la obra de Stephen King. Lamentablemente, están ahí únicamente para jugar con la idea de lo que el espectador ya sabe vs “lo que se va a encontrar”.
Cementerio de Animales sigue siendo, en esencia, un film oscuro sobre la dificultad de aceptar la muerte como una instancia más de la vida. Los Creed son una familia que decide alejarse de la ciudad (de la ciudad de Boston a la tranquila Maine), y se mudan frente a dos escenarios que no tardarán en vomitar pesadillas: una ruta por la cual pasan camiones a ultravelocidad y sin dar mucho aviso, y un cementerio de animales que en sus proximidades aterra a los habitantes con mitos y leyendas del más allá. En otra escena agregada únicamente porque “esto para el terror de hoy se ve muy creepy“, unos niños marchan en una inútil procesión para enterrar a sus amigas mascotas en el sagrado suelo del cementerio del título. Las máscaras que llevan puestas parecen salidas de The Wicker Man, pero no responden a ninguna lógica interna. Son apenas una decisión estética, carente de contenido.
Y es éste justamente el principal error de la nueva Cementerio de Animales: apunta al espectador que ya vio la original y le guarda un cierto cariño (los múltiples guiños al film de Lambert lo demuestran), pero se niega a reconocer sus aciertos y apenas mejora algunas fallas (fundamentalmente, en lo que refiere a interpretaciones actorales). Busca el “homenaje” oculto (el camionero que ya no escucha a Los Ramones pero recibe un mensaje de texto en su celular de “Sheena”, la canción cover del final que nuevamente remite a la banda punk, etc), pero también se diferencia contando lo mismo pero de otra manera, jugando con las expectativas del que cree saber lo que está por suceder. Esto sería algo divertido de no ser porque todo suena no tanto a sabia decisión sin más bien a, como se dijo antes, un mero capricho.
Cementerio de Animales no es El Resplandor ni Carrie, pero supo encontrar en 1989 una mejor adaptación de acaso la novela más oscura de Stephen King (lo cual, cualquiera sabe, ya es decir demasiado). Kölsch y Widmyer se olvidan de contar de nuevo la historia, y parecen apurarse para jugar con su tercer acto, que patea el tablero sin darse cuenta que, por momentos, provoca hasta más risas que sustos. Pero como la comedia negra tampoco aquí funciona -porque nunca se sentaron sus bases-, la remake fracasa, con una receta de terror bastante básico (literalmente los directores emplean la fórmula de “gato salta del ropero y provoca un susto”). En tiempos en los que el género atraviesa una nueva edad de oro (Hereditary, Get Out, Us y A quiet place son ejemplos recientes), se podía esperar más de una nueva adaptación del maestro del terror.