Solemos desear que si se aborda nuevamente una obra ya escrita o filmada, o lo que sea, se tenga a bien salirse de la copia y ofrecer una lectura personal y distinta como desafío primordial, y vaya si “Cenicienta y el príncipe oculto” lo hace. Al mismo tiempo, en este caso, da para reflexionar si la utilización del nombre de Cenicienta no será un gancho engañoso porque del eje central del cuento no queda nada, y es reemplazado por otra cosa.
Como sea, lo cierto es que la relectura del personaje aporta a estos tiempos una novedad saludable por partida doble: por un lado, una chica decidida a ir contra los mandatos corriendo riesgos (por amor) y enfrentándose a sus miedos; por el otro, el punto de vista desde el cual se cuenta la historia, masculino y de ponderación por el accionar de la mujer luchadora
El argumento se despega y rompe la estructura original. Cenicienta está yendo al baile pero descubre, de alguna manera, que el príncipe no es quien dice ser y se las arregló para reemplazar al original, con lo cual ella saldrá decidida, junto a sus amigos ratones, a desentramar el artilugio y poner las cosas en su lugar.
Más allá de la intención del guión de Alice Blehart, Stephanie Bursill y Russell Fung de hablar de la opresión, pero no desde un lugar sumiso y entregada, la realización también se aleja de la almibarada inocencia del clásico de Disney para dar lugar a una aventura animada hecha y derecha, con varios pasajes de acción y un humor rápido que mezcla algunas agudezas con lo físico Es decir otro hallazgo, pero aquí es donde lo técnico reclamaba otra cosa. La animación tiene algunas fisuras respecto del universo estético al cual pertenece, y aunque los animales, en especial los ratones, están mejor diseñados y trabajados no hay rebeldía en este aspecto.
Más allá de lo dicho, la banda sonora, el color y el ritmo apunta a un público que no saldrá defraudado porque ya está en la misma sintonía que este siglo impone.