NO MUEREN, CAMBIAN DE CAPA
Somos seres narrativos. Son esas historias las que nos mantienen vivos. Ceniza negra recupera las narraciones que una joven se cuenta para poder digerir su realidad. Entre el misticismo y la inocencia, el film nos acerca a un personaje atravesado por la falta de adultos responsables. Pero el hogar está lleno de cariño y juego de la mano de sus abuelos, que con los recursos que tienen, que la vejez les ha dado y ha restringido, hacen lo posible para acompañarla.
Selva es una niña de trece años. Atraviesa el comienzo de la adolescencia junto con sus amigos y amigas en la escuela y con sus abuelos en la casa. Su madre ha muerto y su padre está presente solo desde lo económico. Ella asume su rol familiar desde el cuidado de sus abuelos. Ha aprendido y repite cierta rutina. Ella les cocina y se encarga de los quehaceres de la casa. Pero también vive como niña a la par de las travesuras y complicidad que propone la vejez de sus cuidadores.
La calidez con la que se la filma a ella con cada uno de los abuelos es impecable. El cariño aparece de manera sentida. Los diálogos acompañan y refuerzan la relación. Las actuaciones se dan de modo natural, al punto que la cámara parece no estar. La película ingresa al espectador al mundo íntimo de los personajes.
El lugar donde se desarrolla Ceniza negra provee de cierta mística por el bosque. Las serpientes son un detalle que no solo forma parte característica de la zona, sino que también aparecen como metáfora de las transformaciones que vive la muchacha. El hecho de que se desarrolle allí se coloca en sintonía con el clima y los tiempos que propone la película. Mediante una fotografía muy cuidada se involucra al paisaje para generar silencios y momentos de reflexión.
El tono fantástico que toma el film está siempre oscilante entre el escape de una niña ante una realidad que supera sus herramientas y una verdadera cuestión sobrenatural. Ese juego que se provoca es bello, respeta la incógnita y la valoriza. Aparece de la mano de la niña la posibilidad de la fe, como trascendente de la realidad circunstancial y como puente para poder visualizar su futuro.