Transiciones.
La mirada de Selva es tan intensa que transmite entusiasmo y tristeza a la vez. Es la aventura de descubrir aquel motor que la confronta con un mundo adulto tan enigmático como la selva que la rodea. Hay dos selvas entonces en esta ópera prima de la directora Argentina-Costarricense Sofía Quirós Úbeda, por un lado la protagonista atravesando sus trece años y por el otro el paisaje interior y exterior que desborda en vegetación, exotismo y porqué no en un costado místico que envuelve la trama.
Si la adolescencia, esa etapa de transición a la madurez por excelencia, implica asimilar diferentes pérdidas, la reflexión temprana sobre la muerte impregna al camino de búsqueda y descubrimiento de ese misterio para el que nadie tiene respuesta. Pero entenderla también como una necesidad dentro de ese viaje, que representa la última etapa de la vida, habla a las claras de una madurez que coquetea con la forma no convencional de aprendizaje, con la irrupción de otros planos no relacionados con la realidad.
Ese es el plus que Ceniza negra sabe capitalizar y manejar con la sutileza justa para integrarlo al relato intimista que supone un melodrama familiar. Sin embargo, a ese esquema se le suma el del camino iniciático de Selva y su transitar por la doble pérdida.
Con diálogos precisos al mismo nivel que los silencios, la atmósfera de este auspicioso debut de Sofía Quirós Úbeda (representante por Costa Rica para la pre-selección de películas extranjeras en los próximos Oscars) señala un poder de síntesis en la puesta en escena, así como un interesante nivel de observación de las pequeñas cosas en un ámbito en el que nunca se pierde la idea de lo cotidiano y doméstico, como tampoco el aspecto humano por encima de los personajes.