Fallida propuesta en la que la búsqueda de identidad y el volver a la tierra de un hombre, termina convirtiéndose en una pesadilla para los protagonistas, quienes se desplazan en espacios cerrados sin la posibilidad, siquiera, de encontrar el horizonte en el mar del título.
Una historia de Diego Musiak, que el mismo director señala tiene fuertes connotaciones personales. El argumento pone en el centro de la escena a un hombre que llega desde el exterior para cumplir con un mandato, tirar las cenizas al mar de su padre. Y en esa localidad balnearia donde transcurrió su pasado se encuentra con una mujer a la que amo, cuentas pendientes que inquietan su vida. Una encrucijada resuelta con giro extraño en un film de buenas intenciones que no fluye ni crece, pero que sin embargo tiene a actores que brillan. En especial Fabián Vena que conmueve a un en situaciones que se presentan sin lógica creando muy buenos climas. También destaca María Ucedo. Filmada en hermosos lugares, con un gran dominio de la cámara, resuelve otros momentos muy rápidamente.
Surrealismo y redención con Fabián Vena Diego Musiak (“Cartas para Jenny”, “Encontrados”) hace una película tan pretenciosa que pega la vuelta y descoloca al espectador constantemente. “Esto parece surrealista” dice Iván, el personaje de Fabián Vena en una suerte de síntesis del viaje interior que experimenta, en esta película que combina imágenes oníricas al mezclar sueños, anhelos y recuerdos por igual. Ivan está procesando el duelo de su padre, convertido en cenizas y listo para ser arrojado al mar. Lo acompaña Ceci (Sonia Zavaleta), su novia menor que él, y se hospedan en un hotel frente a la playa que, por esas cosas del destino, pertenece a Sofía (María Ucedo), una ex pareja de Ivan con quien tuvo un intenso romance en el pasado. Cenizas al mar (2022) pretende ser una historia sobre el duelo y la redención pero, cuánto más profunda intenta ser, más banal se vuelve su argumento, diálogos y puesta en escena. Imágenes en blanco y negro intercaladas para subrayar el pasado “perdido” del protagonista, diálogos inverosímiles y vueltas de tuerca -y de tono- le juegan en contra al film que llega al punto del ridiculo. Los actores hacen lo que pueden ante una puesta de cámara que los expone y diálogos difíciles de asimilar. Vena con cara de circunstancia toda la película, Ucedo un poco mejor mientras que Cumelen Sanz (La jefa) parece ser la más cómoda en su papel. Las tomas cenitales del mar, su sonido constante incluso dentro de los interiores, y una iluminación sobre expuesta que vira al blanco la pantalla, le dan un tinte sobrenatural, de ensoñación a la imagen. Este detalle sumado a la dirección de arte que acompaña la estética desde el vestuario y la escenografía minimalista son lo mejor del film en su intento de generar un clima enrarecido entre presente y pasado, vida y muerte. El no tiempo y no lugar adquieren una dimensión interesante. Pero el desarrollo de ese pasado atado a las emociones, con revelaciones propias de una telenovela, rompen el clima y hacen sentir artificial tanto las vueltas de tuerca como la profundidad existencial planteada. Un cambio de tono desarticulado que hace de Cenizas al mar una película con buenas intenciones pero fallida.
Iván (Fabián Vena) viaja a un pueblo de la costa junto a su novia Ceci (Sonia Zavaleta) para arrojar al mar las cenizas de su padre recientemente fallecido. La operación no resulta como estaba planeada al principio y la pareja se dirige al hotel en que se hallan hospedados para repensar la situación y para que Iván se tranquilice. Allí se produce un encuentro inesperado y providencial. Iván descubre que la dueña del establecimiento es Sofía (María Ucedo), una ex pareja a quien abandonó hace años y, sabremos después, él considera “el amor de su vida”. Esto desata varios conflictos, en principio uno entre el protagonista y su novia actual, y también un conflicto interno del propio Iván, a quien el encuentro le remueve cuestiones sin resolver y lo lleva a hacer una revisión de su pasado y presente, acerca de lo que fue, lo que pudo haber sido y no fue por su propia cobardía y malas decisiones. Diego Musialk apuesta por la emotividad y el despliegue sentimental de personajes en crisis. Lo hace de una manera muy poco sutil, arrojándole a su protagonista una acumulación de calamidades y circunstancias para procesar todas juntas al mismo tiempo: la muerte de su padre, la crisis con su pareja, el encuentro con la mujer a la cual abandonó y de lo cual se arrepiente y, por si fuera poco, una revelación que llega promediando el relato, que no vamos a revelar acá, y que pone broche de oro al desfile de eventos desafortunados. O afortunados, si consideramos que, como parece postular la película, crisis es oportunidad. La muerte del padre termina relegada como apenas una excusa para que los personajes se encuentren. De este padre nada sabemos, y de la relación del hijo con este, poco y nada se dice. Lo que termina pasando adelante es el reencuentro de Iván con Sofía, los intentos de este para que ella lo perdone, y quizás, ya que estamos, le dé una nueva oportunidad. Todo este ir y venir entre ambos personajes se presenta de manera inconsistente y errática, como si el realizador no se decidiera si jugarse a fondo por el drama o darle aire con pasajes de comedia que uno supondría voluntaria pero no está muy seguro. Hay un contraste notorio entre la gravedad de lo que los personajes dicen y la liviandad de cómo lo dicen, entre el supuesto torbellino emocional que afirman estar sintiendo y el tono de comedia de enredos que por momentos parece que estamos viendo. La puesta en escena no acompaña tampoco este devenir desde una propuesta visual, no sólo acorde a los hechos presentados, sino que hasta se podría afirmar que prácticamente no hay una propuesta visual. Desde una imagen siempre luminosa (en sentido literal), todo el relato está apoyado en los diálogos recitados casi íntegramente a puro plano medio y plano- contraplano hasta el infinito, como si no existiera otro recurso. Apenas unas escenas tímidamente oníricas se apartan de ese planteo. Tras una conversación traída un poco de los pelos entre Iván y Sofía, el primero pregunta “¿esto no es un poco surrealista?”. Claro que una cosa es decirlo y otra cosa es mostrarlo. Ya cerca del final, cuando parece que hay que sacar alguna conclusión, la pareja protagónica se lanza a intercambiar una seguidilla de aforismos y frases trascendentes en plan sanador. Más solemne que profunda, donde pretende conmover e inspirar, lo que mayormente genera es una sensación de incomodidad y fastidio. El resultado habitual de las películas de autoayuda. CENIZAS AL MAR Cenizas al viento. Argentina. 2022 Dirección: Diego Musiak. Intérpretes: Fabián Vena – María Ucedo – Cumelen Sanz, Sonia Zavaleta. Guión: Diego Musiak. Fotografía: Ricardo de Angelis. Música: Sebastian Da Vinn – Kai Engel. Dirección de Arte: Paloma Fernández Melul. Dirección de Sonido: Esteban Del Río. Producción: Diego Musiak. Producción Ejecutiva: Diego Fernández. Duración: 80 minutos.
Iván (Fabián Vena) regresa a la Argentina para cumplir la última voluntad de su padres y entregar sus restos al mar. Llega con su joven novia, algo cansado y bastante angustiado. Cuando ocurre un problema en el hotel que se alojan, Iván descubre que la dueña es su gran amor de su pasado, Sofía (María Ucedo). Este reencuentro dispara recuerdos, emociones y desarma por completo a Iván. La película, dirigida por el experimentado Diego Muziak, pelea con las reglas más básicas del drama y la comedia y no siempre sale airosa. Pocas locaciones, pocos personajes, todo es simple pero no logra hacer de eso un estilo. Los personajes hablan y hablan, van reflexionando con diálogos muy trillados y gastados hace décadas. Habrá algo más hacia el final, pero no sé motivo de alegría tampoco. Los actores hacen lo que pueden y la película no encuentra ni el tono ni el sentido en ningún momento.