Bienvenidos a la ciudad de la locura
Un trabajo observacional (la variante más clásica, más pura, más directa, menos "experimental" del documental, hoy tan denostada por los cultores del "documental de autor") resulta en estos tiempos una verdadera rareza: mucho plano fijo (cuidados, expresivos, inteligentes) para exponer las contradicciones, los contrastes, los vertiginosos cambios, la decadencia y la belleza que, a pesar de todo, subsiste en el centro porteño.
El talentoso director de París, Marsella logra transmitir la melancolía, la sordidez, el patetismo, el vértigo o el hacinamiento que dominan a la zona en muy distintos horarios. Martínez elige a los vacíos salones de la ex galería Harrods como signo de los tiempos: una tradición más (y van...) que se pierde, mientras en los alrededores crece la deshumanización y la degradación.
De todas maneras, la austera, sobria propuesta del realizador (no hay testimonios a cámara, no hay énfasis ni subrayados) evita caer en el miserabilismo, en el amarillismo. Por allí se ve al pasar a los niños de la calle, a los homeless, a los cartoneros, a algún pervertido apresado por la policía, pero aquí estamos muy lejos de esos realities televisivos obscenos en su sensacionalismo. El resto son oficinistas, comerciantes, evangelistas, turistas y miles de buscavidas que pululan por allí.
Martínez -que se pasó casi tres años ligado a este proyecto- construye algunos planos formidables (hay también algunos intrascendentes), que retratan en toda su dimensión a la Buenos Aires cosmopolita, subyugante y agresiva a la vez, con su bella arquitectura de cúpulas de antaño, con su tensión racial y con su incontrolable polución visual. No estamos, como decíamos al comienzo, ante un documental "revolucionario", pero Martínez (mérito de su capacidad de observación) logra hacernos redescubrir una zona por la que transitamos a diario, pero que evidentemente no sabemos mirar.