Para la tribuna
Advertencia: Esta crítica contiene algunos spoilers.
Ya lo decía la Negra Vernaci, “a partir de los 40, hay que empezar a comerse pebetes”. Los pebetes rejuvenecen, alzan la autoestima, te idolatran como si fueras una venus madura, una amazona fértil y voluptuosa a quien venerar. Algunos, sin embargo, en ese afán de reverencia extrema, pueden volverse un tanto virulentos.
En Cercana Obsesión (The Boy Next Door) la cuarentona en cuestión es nada menos que JLo, señora de las casi cinco décadas que puso al culo en el mapa de las zonas erotizantes del cuerpo femenino. Dueña de un cuadril de espectaculares proporciones, llevado con porte y elegancia, JLo se alzó y se sigue alzando como el emblema de la mujer epicúrea. Ese pandero es sinónimo de placer, del más profundo de los goces.
Y así lo cree Noah (el modelo mexicano Ryan Guzman, con abdominales y bíceps cincelados), el vecinito de al lado que da título a la película, el misterioso joven que llega a la vida de JLo cuando ella más lo necesita.
A través de un montaje acelerado (gracias a la increíble pericia narrativa del director Rob Cohen, que elige contar mediante flashbacks de la mente de JLo), nos enteramos de que ella se separó hace unos meses, producto de una infidelidad del marido, y que el hijo –Kevin– no acepta la idea de que su padre no viva más con ellos. Sumado a eso, JLo no vive bien la soledad y la falta de genitalidad; no sale, no socializa demasiado y alberga esperanzas de volver con el ex marido. Ese es el sutil estado de situación que se nos presente de movida.
Pero un día Noah irrumpe en la vida de JLo, primero como el sobrino del viejo moribundo de al lado, para pronto convertirse en el mejor amigo de Kevin. Ser el mejor amigo implica ayudarlo a levantarse una mina, hacerse el malo cuando los pibes del colegio lo bullean (¿por qué siempre bullean a los hijos de padres separados?) e ir al mismo colegio. Es que Noah no pudo terminar el secundario, entonces se anota en la escuela de Kevin, en el curso de Literatura que da JLo, movido por la pasión que ambos comparten por los clásicos como Homero.
En una escena, JLo y Noah descubren este amor que los une y empiezan a recitar la Ilíada, con inusitada cachondez (y un cacho de vergüenza ajena del espectador). Ahí JLo se da cuenta de que el vecinito no solo está fuerte, también sabe de literatura, y el empapamiento viene por partida doble. Entonces nace entre ellos un jueguito de seducción, sutil y remilgado. Que te arreglo el portón, que me pongo en musculosa y te miro el alternador del auto (mientras ella observa desde la ventana de su habitación los bíceps en primer plano, con un camisón medio transparente y el culo medio al aire, sintiendo cómo la canoa se le va anegando), que te llamo para que me enseñes a cocinar pollo, que te miro por la ventana cuando salís de la ducha. Y así las cosas. Mientras tanto, la cámara se ocupa, con precisión y simetría, de retratar la retaguardia de JLo cuantas veces sean necesarias, desde todos los planos posibles, en toda su inmensa humanidad. El piropo políticamente incorrecto “con ese ojete, vení a cagar a casa” jamás estuvo mejor aplicado.
Hasta que un día, pumba. JLo vuelve de una cita medio frustrada (con un tipo que odia la literatura y solo ama el dinero, el opuesto absoluto del galante Noah -como vemos, una película que sabe manejar las sutilezas y los matices-), él la llama por teléfono para que vaya a ayudarlo con el pollo y bueno, el resto pueden imaginarlo. O no. Les cuento. Él la agarra contra la pared y le dice que una mujer como ella debería ser venerada y adorada, y ella, fingiendo resistencia, trata sutilmente de apartarlo hasta que cae rendida frente a las delicias carnales de Noah, y lo que vemos es una serie de primeros planos del cuerpo (principalmente el poto) de ella en ropa interior contorneándose y de los abdominales y las pompis de él. ¿Se acuerdan de las trasnoches de The Film Zone? Eso mismo pero con las tetas tapadas.
Pero al día siguiente, él cae con el desayuno preparado (todo un símbolo de seriedad y compromiso) y ella se quiere matar y le dice que lo que pasó fue un error, y él, cegado por la furia, golpea un mueble. Es en ese momento cuando empezamos a vislumbrar su incipiente locura y fanatismo, con el plano de la mano ensangrentada y la cara de malo. Nuevamente, la sutileza ante todo.
Con casi cinco décadas, JLo se sigue alzando como el emblema de la mujer epicúrea.
A partir de ahí, la película toma un giro violento y lo que vemos es la obsesión de un pebete por amar y ser amado por la cuarentona, absolutamente convencido de que entre ellos hubo amor y debe seguir habiéndolo. Entonces vienen las persecuciones, las amenazas, las extorsiones, las charlas con Kevin hablándole mal del padre. A todo esto, el padre empieza a arrimar el bochín, tal vez a raíz de ver a JLo más vital y radiante que nunca (el pebete alimenta pero no engorda), pero ella no logra terminar de perdonar la infidelidad y le pide más tiempo. Lo que JLo no sabe (pero la película sí y se encarga de subrayar) es que una infidelidad no es nada al lado de lo que está por venir.
Cuestión que el pendejo empieza a odiar a su padre y a pasar cada vez más tiempo con Noah, y éste empieza a divulgar en el colegio fotos y un video que grabó de la noche de pasión con JLo. Viendo toda su vida amenazada, JLo va a la casa de Noah y astutamente borra los videos de la computadora (acordándose de vaciar la papelera, gran detalle). Palabras más, palabras menos, Noah termina matando a una amiga de ella y los arrastra a los tres (JLo, ex marido e hijo) a un granero donde amenaza con matarlos pero JLo lo mata primero. El marido resulta mal herido y ella le dice: “ponete bien que nos vamos a casa”, reconociendo frente al hijo que va a darle otra oportunidad al putañero. Y todos felices.
Los créditos finales vienen acompañados de musiquita medio cachonda con imágenes aún más cachondas, entre ellas, de nuevo, el poto de JLo. Para que no queden dudas. Ni una duda.
Moraleja: a partir de los 40 hay que comerse pebetes. Pero ojo que los pebetes son un arma de doble filo. Están los tiernitos y esponjosos, dóciles y maleables, y están los secos y duros, huraños y rebeldes. Un buen pebete puede alimentarte mejor que cualquier comilona, solo hay que procurar no atragantarse.