Jennifer López, la antagonista del cine
Uno quiere creer que el mundo, un poco a los tropezones, no deja de evolucionar, aunque sea de a poquito. Y que hay determinadas películas que son imposibles de hacer porque, mal que mal, el público supera ciertos gustos arcaicos y las diversas industrias, con Hollywood a la cabeza, se terminan haciendo cargo. Aunque claro, siempre hay avances pero también retrocesos, y proyectos absurdos, que atrasan décadas, y sin embargo terminan concretándose. Cercana obsesión es uno de ellos, un film que desde su misma premisa es inadmisible y aún así termina ocupando unas cuantas pantallas.
Lo cierto es que viendo los últimos protagónicos de Jennifer López, lo de Cercana obsesión no debería sorprender. Es que la actriz que en algún momento supo protagonizar un par de films interesantes como Un romance peligroso y La celda, venía enhebrando una sucesión espectacular de bodrios: Nunca más, Sueño de amor, Una suegra de cuidado, Bordertown, ciudad al límite y El plan B, por nombrar sólo algunos. Acá se une con el director Rob Cohen, quien desde Corazón de dragón -aquella simpática película de aventuras de 1996 con Dennis Quaid y la voz de Sean Connery- no hace una bien, y hasta promovió el nacimiento de dos franquicias nefastas como son las de Rápidos y furiosos y xXx. Y lo que sale es realmente indefendible.
Al ver una película como Cercana obsesión, que retoma el estilo de los thrillers eróticos de los noventa -de esos que tenían una escena subida de tono-, la única esperanza reside en que no se acumulen tantos lugares comunes o que al menos se pueda apreciar una cierta dosis de autoconsciencia. Pero no, inmediatamente va quedando claro que todo va a ir de mal en peor: ahí tenemos entonces a la mujer madura pero aún atractiva (López) separada de su esposo adúltero (John Corbett), que conoce al nuevo vecino (Ryan Guzman), un joven que parece recontra bueno, siempre sonriente a pesar de haber sufrido la pérdida de sus padres; las miradas de ella hacia el prominente físico de él (¡oh, que abdominales!); la conexión entre ellos a través de la literatura (los diálogos sobre La Ilíada y Homero son insufribles); la noche donde ella cede a la tentación y tienen sexo, con los planos eróticos de ocasión (López declaró que la filmación de esa escena fue muy incómoda y Guzmán que estaba muy nervioso, y eso se nota, y mucho); el momento donde queda claro que lo que para ella fue algo casual e irrepetible, para él fue el principio de un amor sin límites; la obsesión de él, con todas las acciones que forman parte del manual del joven psicópata, que incluyen la manipulación del hijo de ella (probablemente el muchacho más influenciable de la historia del cine); y claro, el desenlace -pletórico en arbitrariedades- que servirá para consolidar a esas dos instituciones que nunca deben alterarse, llamadas Familia y Matrimonio.
Se podría plantear un debate sobre cómo es filmado el físico de Guzmán, donde se evidencia que eso de la objetualización también corre para el cuerpo masculino, pero sería otorgarle demasiada entidad a un film que ni siquiera tiene la lucidez para abrazar con algo de desparpajo su condición de entretenimiento Clase Z, más apropiado para el DVD que para la pantalla grande. Hay sí, un par de chistes muy banales y un plano detalle de un ojo, en los minutos finales, donde Cercana obsesión pareciera hacerse cargo de lo que es: una película malísima, inverosímil desde el minuto uno, totalmente a destiempo, sin una pizca de creatividad. Al final, el villano no era el pibe: era Jennifer López, que a esta altura ya es una psicópata del cine.