En el marco apacible, sencillo y cálidamente familiar de su propia casa, muy acorde con el contexto de Villa La Angostura en la que se desarrolla la película, una mujer mayor, viuda, decide quitarse la vida. Lo hace de modo planificado, prolijo. Sin embargo fracasa en su intento y queda en coma, internada en estado vegetativo. Una de sus hijas vive en aquella ciudad con su familia. La otra, en Buenos Aires, alejada física cuanto afectivamente de su madre.
Mercedes (Llinás) viaja desde la capital para compartir con su hermana Marta (Barraza) el cuidado y las decisiones que requiere el estado de su madre. La película reconstruye la situación, las relaciones y la historia de esa familia en una sociedad pequeña. Lo hace a partir de contar la cotidianeidad de cada uno de los personajes: las hermanas, el marido de una de ellas, los hijos jóvenes (un varón y una mujer), la anciana y una vecina del pueblo. Historias personales y conflictos familiares que aparecen entramados en la vida pueblerina. Lo no dicho, lo no dado, lo no recibido. La herencia latente, la necesidad y una oportunidad inmejorable. Todo ello contado con simpleza, sin estridencia alguna.
Conciliando esta estructura coral, el relato de cada personaje y sus deseos y relaciones, con el movimiento colectivo, de modo que todos parecen moverse individualmente en un sentido y pero juntos alrededor de la hija/madre, la película logra dar cuenta de la organización de un mundo. Con esta particular estructura, como la del sistema planetario donde cada planeta gira sobre sí mismo al tiempo que lo hace alrededor del sol, la realizadora hace de este mundo que es Cerro Bayo, no sólo un lugar físico, sino también un espacio simbólico. Este, que es familiar y temporal, es un espacio que atrae tanto como repele y la cuestión para cada uno de los personajes es saber si quedaran allí atrapados o si lograran escapar.
Victoria Galardi, quien ya había demostrado su talento como realizadora en Amorosa soledad, logra aquí el tono apropiado para contar esta historia, tanto desde la perspectiva próxima del relato personal e íntimo, o asumiendo la distancia suficiente para dar cuenta del universo colectivo. En un difícil equilibrio entre contar historias individuales y la historia de una familia y un pueblo, del presente y el pasado, otorga a cada personaje profundidad sin que ello redunde en relatos estancos de personajes ajenos a un colectivo.
Es indudable que para que esto sea posible, más allá de su capacidad para presentar una mirada muy discreta y respetuosa sobre los personajes, Galardi cuenta con la inestimable colaboración de muy buenas actuaciones que aportan delicadeza al trabajo escénico propuesto por la realizadora. Nativa de la Patagonia argentina, Galardi conoce y aprovecha narrativamente la geografía, logrando en este orden incorporar al paisaje y el clima como un protagonista determinante de las condiciones de producción de la vida.
Galardi asoma, a paso firme, entre las gratas esperanzas del cine nacional.